Capitulo 19: Maldad en las venas

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— No deberías estar aquí Anabel.

Ella se sonrió encogiendo los hombros queriendo provocar los celos y el enojo en Isabella. Entregándole q a Alejandro unas carpetas respondió sutilmente.

— No estoy aquí por gusto Alejandro sino por trabajo. Me han enviado desde España como asistente y...

— No te necesito aquí, regrésate a España que no aportas absolutamente nada aquí niña — Aquejó Isabella.

— Lamento contradecirla pero eso no va a poder ser. Además ya el crucero zarpó y no hay manera de que pueda irme. ¿Mejor use mi presencia aquí a su favor no cree licenciada?

Alejandro abrió la puerta y mirando a Anabel seriamente le dijo deseando desaparecerla de aquel lugar.

— Tu y yo tenemos que hablar. Te espero en cubierta.

Quedaron ambas solas y Anabel no perdió oportunidad de demostrar que le había declarado la guerra a Isabella. Tenía mucho a su favor, belleza, juventud, esa frescura que Isabella no tenía y por sobre todas las cosas, no tenía esos demonios que atormentaban a isabella en su corazón y su mente. Volvió la inseguridad en Isabella pero ella la escondía tras frialdad y narcisismo. Anabel se sentó en una de las tumbonas de cubierta esperando a Alejandro mientras maquinaba en su mente la manera perfecta de meterse en la vida de Alejandro fuera como fuera.

— Quiero que me digas que haces aquí Anabel. Viniste desde el otro lado del mundo justo en mi luna de miel y precisamente para este crucero.

Anabel se volteó y fingiendo indiferencia respondió

— Solo estoy aquí por trabajo Alejandro. Nada más. Y sinceramente no entiendo porque hablas de tu luna de miel como si realmente fuera una, tu y yo sabemos que este matrimonio es más falso que la misma Isabella.

— No es de tu incumbencia Anabel.

— Tienes razón, no me interesa en absoluto tu matrimonio con esa mujer. Tu solito te vas a dar cuenta de que esa mujer te va a llevar a perder mucho. En fin, aquí tienes unas carpetas las señora Rosalía Rivadeneira me pidió que te las entregara.

Alejandro se quedó mirando a Anabel. Odiaba sentir aún después de haber estado con Isabella atracción hacia aquella joven. Nunca antes le había pasado algo tan extraño con dos mujeres. Eran tan parecidas y al mismo tiempo tan distintas que a cualquier hombre lograrían enloquecer.

— Alejandro, no quiero perder tu amistad. Creeme que he entendido que por más loco que haya sido el error que has cometido.

— No creo que entre tu y yo pueda haber una amistad y lo sabes.

— Ya entendí que tú elegiste a la mujer esa como tú esposa a pesar de que sabes que es una alcohólica, delincuente y adicta a las píldoras por demás. Ahora solo quiero trabajar y seguir con nuestra amistad.

Alejandro se quedó mirándola por unos instantes y se vio atrapado entre los sentimientos y la pasión que despertaba Anabel.

— Mañana será la inauguración oficial del crucero además de que presentaré ante todos a Isabella como mi esposa. Solo necesito que te comportes. Es todo Anabel.

Ella sonrió dejando que su dolor se acumulara en su interior. Era alguien más que la despreciaba, que la hacía sentir inservible pero Alejandro era el que más le dolía. Estaba cansada de ser siempre la sufrida, la dolida. Y aquella vez sería distinto. El amor obsesivo que sentía por Alejandro había sacado la peor parte de ella. Avanzó al camarote de Isabella asegurándose de que ella no estuviera dentro luego de sobornar a una de las encargadas del aseo de los cuartos. Entró sigilosa y sacando de su bolso una botella de vodka, agarró las que habían sobre su buró llenas de agua y lo sustituyó por el alcohol. Bastaba con una sola gota para que la adicción la hiciera recaer en aquel abismo. Vació el vodka en las botellas de agua y para añadirle a su maldad agarró el teléfono del camarote para pedir un servicio.

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