Capitulo 18: Alta mar

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Aunque intentó por todos modos de regresar a Madrid no lo consiguió. Isabella no tuvo más remedio que quedarse en Brasil con Alejandro. Ella trataba de evitarlo a toda costa pero difícilmente lo conseguía. Preparaba las maletas para tomar el crucero con Alejandro llena de frustración. Nunca se había sentido tan inservible, tan poca cosa ante los ojos de alguien y que ese alguien fuera su esposo. Ver cómo Alejandro podía tener las mujeres más bellas la hacía sentir por debajo aunque ella tuviera dinero y poder. Llena de hastío hizo la maleta a un lado y sentándose en la cama se cubrió el rostro. Trataba de encontrar la manera de calmarse, de poder seguir fingiendo que todo aquello, que aquel matrimonio era solo un mero contrato que pronto acabaría.

— ¿Por qué no has respondido a ninguno de mis mensajes?

— ¿A ti no te enseñaron que hay que aprender a tocar antes de entrar?

— Pues realmente no veo necesidad de hacerlo si dentro está mi mujer

— No soy tu mujer, soy tu esposa que es distinto y por desgracia.

Alejandro sonrió y sujetándola fuertemente de la cintura la acercó a él teniéndola a solo centímetros de su boca.

— Muero por besarte

— Suéltame Alejandro, tengo que terminar esto y lo único que haces es estorbar.

— No solo muero por besarte..., muero por volver a hacerte el amor.

— Eso nunca va a pasar nuevamente. Ese ha sido el peor error de mi vida, y un mismo error no lo cometo dos veces.

Para Alejandro era todo un reto su esposa y comenzaba a gustarle. Buscó los labios de Isabella y los de la mujer buscaron desesperados los de él. Sus labios se degustaron los unos a los otros mientras sus lenguas se rozaban y con cada roce por los cuerpos de ambos comenzó a fluir el deseo, la pasión que los quemaba cada vez que estaban cerca. Era más fuerte que ambos, la razón se les nublaba cuando los tenía. Ella se entregó a aquella pasión que había descubierto en Alejandro, lo odiaba..., pero amaba el calor que sentía cada vez que lo tenía cerca. La desvistió y ella no puso resistencia, el miró el cuerpo de Isabella maravillado. Era tan perfecto y al mismo tiempo tan sencillo que era distinto a lo que estaba acostumbrado a ver. Ella temblaba, ni siquiera sabía muy bien lo que hacía, solo tenía claro que lo odiaba con fuerzas y en momentos lo amaba. Y ese mismo amor que a ellos los acercaba cada vez más, hacía que el odio y la envidia resurgiera en otros corazones. Anabel pensaba una y otra vez como hacer caer a la mujer que algún día admiró. Deseaba hacer que Alejandro la aborreciera por completo. Anabel se había enamorado perdidamente de un hombre que comenzaba a pertenecer en cuerpo y alma  a otra mujer. El odio la había cegado por completo, le quemaba, le ardía, le dolía saber que Alejandro e Isabella estuvieran al otro lado del mundo de luna de miel. Soltó un suspiro antes de tocar la puerta de la mansión McCarthy. Estaba a punto de dar un paso del que quizá no podría arrepentirse luego.

— Buenos días señorita, ¿que se le ofrece?

— ¿Se encuentra Meredith? Necesito hablar con ella.

— Eh sí, pase en un momento está con usted.

Las manos le sudaban, casi podía sentir como su corazón latía fuertemente. Nunca había deseado hacerle mal a nadie, nunca había sentido odio por nadie y aquello comenzaba a cambiar. Se sentó en la sala de estar mirando los lujos y excesos de aquella casa sintiéndose como uno más decorando el lugar.

— Y bien..., ¿a qué se debe su visita?

— Creo que tengo el momento oportuno para comenzar con nuestro plan.

— Bien, te escucho.

Anabel sacó de su bolso unas carpetas y entregándoselas a Meredith resopló.

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