O N C E

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Felix me tomó de la muñeca y me dirigió hacia una habitación apartada de la sala de juegos cuando asentí con mi cabeza, haciéndole saber que sí aceptaba hablar con él.

El cuarto no era muy grande pero sí estaba muy limpio y ordenado. Supuse que era una oficina ya que contaba con un escritorio cerca de un ventanal que daba al jardín trasero de la casa, una silla rotatoria de cuero y dos pequeños sillones con tapizado gris enfrentando al escritorio de caoba marrón. No había cuadros colgados, y los estantes de los muebles estaban decorados con objetos de madera y porcelana muy elegantes. Al fin y al cabo, estaba decorado como una oficina pero no había nada allí dentro que hiciera saber que el lugar estaba siendo ocupado.

Cuando estuvimos dentro Felix cerró la puerta a sus espaldas y se recostó por ella, soltándome la muñeca. Me alejé unos pasos de su cuerpo y me crucé de brazos, intentando no mirarlo pero me fue imposible. Pude notar que sus ojos estaban algo irritados y que las ojeras se le marcaban un poco más.

Suspiré y decidí que iba a ser yo quien empezara la conversación.

- ¿Y bien? – Dije entonces -, ¿Me has traído aquí para quedar viéndonos las caras solamente o dirás algo?

Ryder me miró unos segundos a la cara y luego soltó un largo suspiro pasándose las manos por los ojos, dio un paso adelante y se tambaleó un poco, lo cual me hizo saber que estaba borracho, y que seguramente estaba haciendo todo eso exactamente por el estado en el que estaba.

- Entiendo – sus palabras se escuchaban un poco raras y su voz estaba ronca -, me comporté como un idiota un segundo después de que me esquivaras en el baño.

- ¿Qué te esquivara? – me hice la desentendida, intentando no llevar la conversación por ese camino, pero él se dio cuenta de ello y resopló mirando el techo unos segundos. Me puse nerviosa.

- No te hagas la tonta, Jo... - me observó con una ceja arriba, expectante -. Por Dios, era obvio que te quería besar.

Me atraganté un poco con mi propia saliva, y lo miré dura como una estatua sin poder decir nada. Sí, habían sido obvias sus intenciones en el baño, pero una parte de mi me dijo que no debía hacerlo, que por algún motivo no era el momento, y mucho menos el lugar.

Creo que mi yo interna de doce años me dijo: "¿En serio crees que tu primer beso con el amor de nuestra niñez suceda así, y en un baño?", y yo sabía que estaba en lo cierto.

Suspiré y me quité la goma del cabello, porque sentí de pronto que en mi cabeza no circulaba la sangre. Coloqué la goma en mi muñeca y masajeé mi cuero cabelludo, con sus ojos fijos en mis manos y en cada movimiento que realizaba. La garganta se me secó y pasé mi lengua por mis labios, en un tic nervioso, y no se me pasó por alto que sus ojos se clavaron en esa zona.

- Lo sé. – fue lo único que pude responder.

- Y de verdad – se acercó un paso –, de verdad, quiero besarte ahora – lo miré, no me gustaba que estuviera ebrio -. Creo que me llevo aguantando las ganas desde que te acercaste en el último día de instituto.

Su voz fue bajando el tono hasta que prácticamente se volvió un murmullo que solo yo era capaz de oír. Estaba muy cerca de mí, no tanto como en el baño hace unas horas – donde prácticamente podía sentir el calor de su cuerpo -, pero si lo suficiente para que él hiciera un movimiento más y estuviéramos frente a frente. Podía sentir mi corazón latiendo en mis oídos y la adrenalina empezando a correr por mis venas. No podía decir que no entendía cómo él se sentía, porque yo llevaba mucho tiempo preguntándome cómo sería besarlo, pero, como siempre, una alarma se activó en mi cabeza.

El último verano - PAUSADA -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora