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Fumando lo que restaba del atado de cigarrillos en menos de cinco horas, enviarle un mensaje a Magali me era tan necesario como respirar. Ella se había marchado: en recepción, bajo una tonta excusa pregunté por ella a poco de llegar de mi derrotero por la playa e inmediatamente, me dijeron que había pedido un taxi bien temprano por la mañana.

Haciéndome el disperso, agradecí el dato y regresé a mi habitación, la misma que, casualmente, había ocupado en diciembre pasado, cuando nada parecía importarme y habíamos hecho el amor de mil maneras y poses.

Mortificado, supe que a partir de ahora nada iba a ser igual. Sin embargo, las cosas no debían quedar "atadas con alambre" y tarde o temprano se tendrían que aclarar.

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— ¿En serio querés que vaya para allá?

— Sí, ¿por qué te sorprende?

— Porque hace un par de días atrás ni me querías por la oficina y ahora me invitás a trabajar con vos.

— No, digas eso Clara. Ya terminé con el trabajo grueso. Te invito para que disfrutemos y nos relajemos un poco —aferrado al teléfono, recientemente duchado y aun enroscado con el toallón, le pedí a mi esposa que se viniera cuanto antes a hacerme compañía.

Era un cínico, y lo sabía, pero sostuve la absurda idea de que estando con María Clara, todo se recompondría. Ella me ayudaría a superar mi tonta obsesión por mi empleada.

"A destiempo" - (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora