Una salida con amigas. Una noche de hotel con un desconocido. Un inesperado giro laboral. ¿Qué hacer cuando el amor aparece en el momento incorrecto?
*Desarrollada en Argentina.
**Capítulos CORTOS
**Registrada en SafeCreative
Mirándola de reojo, Magali me causaba un frenético magnetismo. Eligiendo unas artesanías para su hijo y sus sobrinos, comprando las dichosas cajas de conitos de chocolate y dulce de leche, pasamos la tarde. Caminando por la avenida, esquivando algunas mesas y sillas repletas de gente dispuestas en las veredas, le propuse ir a un viejo y conocido restaurante en una esquina, cuya terraza tenía vista directa hacia el mar.
Mi padre era muy amigo del dueño y en sus buenas épocas solíamos venir a cenar en alguna que otra noche.
Ahora, tantos años después, traía conmigo a Magali, a una mujer sorprendente que me había atrapado el corazón.
Subiendo la estrecha escalera de baldosones terracota, avanzamos finalmente hacia la derecha, donde una mesa de hierro y madera lustrosa parecía esperarnos al lado de la baranda.
Tomamos asiento, el camarero anotó nuestros pedidos y comenzamos a charlar del ocaso, de la cantidad de gente que elegía Mar del Plata para veranear, de lo adicto al chocolate que era su hijo y de los 15 kilos que había engordado en su embarazo, gracias a que todo lo untaba con dulce de leche.
Riendo a menudo, silenciando de a ratos, disfrutando de la compañía del otro en todo momento, tuve la necesidad de abrir aquel recuerdo oscuro y casi secreto que tanto mal nos había hecho a Clara y a mí: su aborto temprano, a poco de conocernos en EEUU.
Presa de un horror tremendo, había ido a practicárselo sin siquiera decírmelo.
Años después, parecía que el destino nos castigaba con varios abortos espontáneos que sucedían entre la semana 8 y 10, y millones de estudios que avalaban que ambos estábamos perfectos pero que los "planetas no se alineaban".
Todo era cuestión de tiempo, nos decían los doctores.
Todo era cuestión de serenarse y no obsesionarse, nos decían los familiares y también Magali, quien, asombrada, caía en el mismo discurso de todos.
Por fortuna, el chico se acercó con nuestra comida.
Yo apagué el cigarrillo apenas empezado y fue momento de pensar solo en nosotros y hablar de la inmortalidad del cangrejo.
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