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— Estás... ¿casado? — a mitad de camino, enredados en el tráfico rutero, pregunté señalando su alianza de oro. Hasta el momento solo comentarios del trabajo fueron el sustento de nuestra subsistencia allí dentro.

— Sí, me casé hace poco.

Pasé saliva duramente.

¿Yo habría soñado ese encuentro de hotel? ¿Lo había visto en el bar y mi estado de alcohol en sangre me había hecho divagar?

Llevé mi mano hacia mi cuello, recordando la tonelada de maquillaje que había invertido en tapar los moretones que lo habían ocupado por varios días.

— ¿Y vos? —fue su turno de preguntar.

— ¿Yo?

— Sí. ¿Estás casada?

— Ahora estoy separada. Pero cada tanto vuelvo — blanqueé sin ganas —. Es algo complicado.

— ¿Es el papá de tu hijo?

— Sí.

— Entiendo.

Astor suspiró sin dejar de mirar el tránsito.

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Para cuando llegamos al hotel que mi nuevo jefe reservó, estuve a punto de tener que soldarme la mandíbula de nuevo. Era un hotel a todo trapo cuya entrada estaba flanqueada de una gran arboleda. El ruido a las piedritas bajo nuestros pies al bajar del coche era gracioso y molesto en partes iguales.

Anunciándonos en recepción, dimos nuestros datos y nos entregaron sendas llaves para la habitación de cada uno. La 505 para mí y la 507 para él.

— Yo propongo descansar un poco y bajar en una hora para almorzar en el restaurante del hotel con esta gente —miró su reloj.

— Dale, sí — acepté.

Frente al elevador, me mecí sobre mis talones. Él, esperaba pacientemente con su mochila colgada de un hombro y su abrigo liviano en el pliegue de su brazo. Rígido, era una estatua, como el David de Miguel Ángel: varonil, de proporciones armoniosas y misterioso.

El tintineo del ascensor rompió el funcionar de mi cerebro y el llamado de su esposa, su tranquilidad. 

"A destiempo" - (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora