Capítulo 5

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La pase tan mal en tantas ocasiones de mi vida que, literalmente, en esta etapa ya nada me impresiona. Aprendí que lo mejor es que nadie me sorprenda con sus actos y así ha sido por varios años. Mi clave siempre fue imaginar que a nadie le importaba mi existencia y, aunque en cierto sentido era verdad, siempre hubo personas que se preocuparon por mí, aunque estas mismas fueron omitidas. A como diría un gran sabio, la única persona que podrá sorprenderme soy yo misma porque solo yo sé el coraje que poseo para sobrevivir en este mundo.

Mi madre, aunque prefiere consumir toneladas de alcohol antes que hablar conmigo, una vez me enseñó que en la vida siempre tendremos un punto de realidad que nos ayudará a sobrevivir cuando nuestra fantasía comience a engañarnos, porque queramos o no, un día nuestra imaginación comenzará a absorbernos.

Su punto de realidad era el alcohol. Unas cuantas copas de whisky la llevaban a una vida paralela en donde era feliz con el único hombre al que amó y su hija, esa que perdió hace muchos años tras varias malas decisiones. Si me preguntan, su realidad es una de las más duras que pueden existir. En cambio, la mía son los tacones. Mi punto de realidad y mi sostén se mantienen directamente sobre los zapatos con tacón de aguja que compro continuamente y exclusivamente para mí. No los regalo, no los dono. Son míos y de nadie más.

Todo comenzó cuando finalmente lo acepté. Acepté que era una chica desastre. No tenía ni idea de qué hacer con mi vida, me gustaba dormir demasiado y realmente odiaba a mi madre. Opciones no me quedaban, iba a morir dentro de la casa de mis padres y eso lo sentencie a mis apenas quince años. Todos lo repetían. Sabían que lo que tocaba con mis dedos se quebraba, siempre lloraba luego de que me quedaran viendo mal y, en serio, seguía odiando a mi madre.

Terminé llorando luego de que, accidentalmente, rompí el trofeo preferido de, mi tío lejano, Callum. Él me gritó tantas cosas junto a su madre que, es hoy, y todavía lo recuerdo. Me dijeron barbaridades, palabras que no se le dicen a una persona. Desde incompetente hasta que era una vergüenza para todo el linaje. Lo que menos me importó fueron sus palabras, se dice que no a todos en la familia les vas a agradar, pero me partió el alma ver a mi madre en silencio admirando la escena desde lejos.

Papá nos dejó al siguiente día, tomó sus maletas y se largó con su aventura. Muchos años me culpe por eso, pensaba que mi desastre había arruinado a mi familia por completo. Solo yo era la causante, nadie más. Mi madre lloraba todas las noches y, sin saberlo, yo también.

Un día entró a mi habitación sin mi autorización, me vio llorando y se quedó de pie en el umbral de la puerta viendo en mi dirección. No hizo nada, solo me miró. Quizás tenía vergüenza de mí o lastima, todavía no lo sé. Cerró la puerta con fuerza cuando volvió a salir, yo simplemente coloqué mis manos en mis oídos. Sabía que cuando hacía eso era porque estaba muy molesta. Realmente odiaba sus gritos. Sin embargo, al poco tiempo, la puerta volvió a abrirse. Su cambio me sorprendió, esa no era mi madre.

Tenía un vestido de lentejuelas negras que se pegaba a su cuerpo. Estaba segura de que si se agachaba se iban a ver las pantaletas que andaba esa noche. También tenía unos grandes tacones rojos que jugaban con el color de su labial. Su cabello era largo en ese entonces y estaba en ondulaciones violentamente abiertas. Ahora que lo pienso, se miraba realmente bien. En sus manos tenía un par de tacones negros con catorce centímetros de altura que había visto solo en su armario.

Ella comenzó a caminar en mi dirección, se sentó sobre la cama con su espalda recta y me dio los tacones. Su mirada no estaba atenta a mis movimientos, sino, a la pared. Removió su mano para que tomara los zapatos. Los tome antes de que comenzara a gritarme cualquier cosa por ser despistada.

— Christian Louboutin — dijo en ese entonces —. Francés.

No entendía porque me daba sus tacones, lo que sí sabía era que eran sus favoritos. Cristiana D'Andrea tenía un gran amor por los zapatos, muchas veces gastó una muy buena cantidad de dinero para ser la primera en obtener ciertos tacones de lujo. Franceses, italianos, españoles y más, mucho más.

Punta, tacónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora