Punta, tacón

Capítulo 18

— ¿En qué piensas, Bárbara? — pregunta.

Sus ojos azulados me miran por el retrovisor, atento a cada uno de mis movimientos mientras maneja y pasa al siguiente cambio. Para este momento, casi media hora de viaje, él ha robado mi celular, mi billetera y solo le falta atarme de manos para que no intente escapar por décima vez.

Suspiro cansada.

Hay una única manera de descubrir tu verdad estilo y eso solo puede suceder cuando quieres matar a alguien por primera vez y piensas en el día que irás a la cárcel. Yo descubrí mi estilo con Logan, él es el único que en verdad ha sabido sacarme de mis casillas en segundos, microsegundos. Desde el primer momento en el que supe que es un tipo loco de remate, valiente y directo, empecé a utilizar pantalones de vestir y camisas mangas largas que recojo hasta mis codos. También le di un toque sexy a mi ropa interior que casi siempre está a la vista y compré muchos labiales rojos; no hay mejor manera de ir directo a la cárcel que luciendo como una diosa de tacones e interiores de encaje. Es obvio que un día iré por haberlo matado con la más mínima idiotez.

Con mi dedo índice doy golpecitos a mi nariz para tranquilizar mis arranques de loca. Cuando puedo respirar mejor, lo miro.

— Siete segundos — frunce el ceño sin comprender lo que digo —. Siete segundos son los que me tardaría en matarte con el chicle que tengo entre el calzón y mi piel.

— Mierda — ríe —. Siempre eres igual de ruda que en la cama.

Me dejo ir hasta que mi pecho sobresale entre los asientos delanteros y mis manos se sostienen de las esponjas. Lo miro, tiene esa sonrisa plasmada en su boca que me dan ganas de destruir cada uno de sus dientes con mi puño hasta dejarlos como con agujas finas y blancas. A pesar de eso, me atrae otra cosa. Un aroma a chicle dulce con perfume de hombre y quizás un ligero toque a algodón de azúcar. Huele a shampoo de bebe y, sin explicaciones, algo dentro de mí dice que huele excesivamente bien.

Le doy un golpe con la palma de la mano en la nuca, él se queja, pero vuelve a reír.

— ¿Dónde me llevas?

— Es una sorpresa — se encoge de hombros —. Por cierto, Charlotte me ha dicho que Ethan te ha llamado. Mencionó algo de que tu primo sonaba un poco desesperado.

— ¿Está bien? — intento tomar mi celular, el cual reposa en el asiento libre — Puede que se sienta enfermo otra vez.

Logan toma mi celular en cuanto lo sostengo y lo tira al piso, sin lástima de saber que es último modelo. En cambio, yo quiero gritar adolorida por mi bebe. Vuelvo a intentar agarrarlo, pero él acelera y caigo sentada en el centro de los asientos, asustada por su instinto suicida.

Ya conozco esa conducta de psicópata, así que me coloco con la espalda en la esponja y tomo el cinturón de seguridad con ambas manos, pasándolo por mi regazo y haciéndolo más corto, tanto que no me puedo mover ni un poquito. Luego, cuando estoy segura por el cinturón, tomo los otros dos, quedando como un bebé atado a todos los seguros posibles.

— Él estará bien, confío en que sus exámenes médicos han salido bien. — dice.

— No es por eso por lo que me asusto, es por la familia tan agradable que tenemos. Seguramente la abuela lo ha obligado a comprar interiores otra vez y no pienso dejarlo completamente solo con ese trauma — intento moverme, pero no puedo por los cinturones —. ¿Has escuchado las últimas noticias?

Él asiente serio, consciente de la gravedad del problema.

Mi familia no es tan normal, todo el mundo lo sabe y nadie lo niega. Hay tradiciones que se han cumplido de generación en generación y, junto a mis primos, somos los primeros en revelarnos como un par de judíos en plena guerra mundial; dispuestos a perder todo con tal de gritar libertad. Sofía, Ethan y yo nos hemos esmerado por tener el futuro que queremos y como tres mosqueteros nos hemos apoyado en todas las situaciones.