— ¿Te encuentras segura sobre esto? — el tono de su voz es nervioso — Eres una empresaria, ¿acaso no piensas en las consecuencias?
Repaso el aspecto del lugar con mi mirada, escaneando cada uno de los puntos satánicos que puede tener un lugar como este.
El cartel de sociedad anónima brilla en lo alto del edificio con letras góticas que caen como gotas de pintura negra y tienen como fondo un rojo sangre con manchas metálicas, simulando agujeros de disparos. Las paredes exteriores están decoradas por el grafiti de algún novato con poca pintura en mano y, justo en ese momento, una pareja con aspecto maquiavélico va saliendo de la puerta principal, sonriendo por lo que acaban de hacer.
Parece el nido de satanás y el peligro se huele desde el otro lado de la calle. Realmente me gusta. Es justo lo que me encanta de la vida: el peligro, la intriga y las ganas de averiguar qué puede suceder después de resolver el problema. Lo prohibido de la vida, lo maligno.
Miro a Charlotte por el rabillo de mis ojos. Está tan asustada que aferra las carpetas, con algunos contratos que deben de ir sanos y salvos a la empresa, a su cuerpo y observa el lugar con semblantes de horror. Bien me había dicho, antes de bajarnos del auto, que estaba más asustada que el primer día en el que dejó entrar a una mujer a su cama. Y es verdad, lo puedo ver; puedo sentir su pánico y eso es más divertido.
Es como si su miedo también me emocionara.
— Soy una empresaria y haría lo que fuera por conseguir lo que quiero. Pero, a excepción de los asuntos con la empresa, casi nunca estoy segura de lo que voy a hacer. — señalo el cartel con mi dedo gordo, mientras meto mi otra mano en el bolsillo de mi pantalón.
Char logra captar a un hombre que va limpiando la punta polvorosa de su nariz. Tiene el aspecto de un motorizado de la época de Dago: barba larga, panza regordeta y una chaqueta de cuero sin las mangas; fácilmente podría hacerlo mi amigo. De no ser porque tengo prohibido hacer estupideces públicas, probablemente estaríamos hablando de motocicletas y cosas extremas.
Cuando la mirada del tipo se topa con la de nosotras, él relame sus labios y guiña un ojo hacia Char. Ella le responde sacando su dedo medio y él la mira con más admiración. Puedo leer sus pensamientos, son tan obvios: «una chica ruda, ¿eh? Sería rico hacerlo en mi moto, mamacita». El simple pensamiento me saca una risita.
Decidida, empujo a mi secretaria hasta entrar al local.
Las campanillas del lugar suenan cuando abro la puerta. Puedo olfatear el olor a desinfectante para disimular lo intensa que es la marihuana que venden al fondo del local. También se escucha el ruido de una máquina que puedo distinguir a la perfección y los gemidos escandalosos de un tipo que se aferra a la camilla con fuerza. Entonces aparece un hombre de aspecto sexy y unos treinta años bien cruzados frente a mí. Tiene tatuajes hasta en el cráneo, expansiones color neón en las orejas y ropa a medio gastar.
Él me mira extrañado, limpiando sus manos con un trapo cualquiera, y luego me sonríe. Acomodo mi peluca sin devolverle la sonrisa.
— Bárbara Valle D'Andrea.
Rodeo mis ojos bajo mis gafas de sol.
— Agh — murmuro —. ¿Qué no miras la peluca?, al menos disimula, imbécil.
Se le sale una risa ronca al mismo tiempo que rodea un mueble de exhibición con algunas piezas de demostración por dentro y luego mira a Charlotte.
— Mucho gusto, soy...
— Él es Siberiano — le digo a Char en voz alta, omitiendo su verdadero nombre y llamándole a como yo lo bautice muchos años atrás —. No le hagas mucho caso, tiene ojos azules, pero no deja de ser un perro. El mismo que me tatuó y se acostó con mi madre a la semana. Mucho gusto, mucho gusto. Ahora a lo que venimos, Sibe.

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Punta, tacón
RomanceBárbara es una mujer que creció bajo la presión de ser fuerte, majestuosa y perfecta para el mundo exterior. Ella tiene bases muy claras de lo que quiere y de lo que debe hacer, si llegar al éxito ella se propone. Pero se ha olvidado de lo más impor...