Capítulo 4

4.5K 470 151
                                    

— Eres un incompetente.

Escucho su respiración por el parlante de mi celular. Sé que está a poco de llorar por mis gritos y mis insultos y eso, en cierto sentido, me hace reflexionar al mismo tiempo que su respiración comienza a entrecortarse.

Yo tengo una curiosidad por el ser humano en general y esto me incluye. Desde muy pequeña me había dado cuenta de que era una experta en las matemáticas, de hecho, yo era la que ayudaba al resto de mi clase en sus ejercicios y, de vez en cuando, también impartía clases particulares. Las cuales, a partir de cierta edad, terminaban en sexo, claro está.

Se me era irresistible recordar las ecuaciones matemáticas cuando intentaba entender a una sola persona. A mis quince años entendí que los humanos son una combinación de ecuaciones numéricas que al final tienen solución. Es decir, nos movemos y sentimos de acuerdo a reacciones, las cuales podríamos llamar variantes, y de esta manera podemos controlar nuestro destino. Es más, nosotros mismos podemos entender que un cambio en una variante nos daría un resultado diferente y lo más grandioso de las matemáticas es que siempre podíamos hacer un cambio o encontrar un nuevo camino para llegar a ese resultado. Por eso yo no me permitía llorar, tal y como mi madre me lo enseño, no podía permitir que las variantes de mi vida cambiaran por un par de lágrimas, pues mi destino, desde el primer día, ha sido ganar.

Había escuchado que llorar es necesario. Según algunos expertos que me rodean, llorar es una manera de dejar que nuestros problemas fluyan para que podamos continuar adelante. Yo no lo creo. Las lágrimas son una muestra de debilidad que yo en ningún momento me permitiría proyectar. Sonará duro, pero es la verdad. No podemos andar por la vida sufriendo, hay muchos momentos por vivir y disfrutar.

Escucho que inhala profundamente intentando controlar su llanto.

— Está bien, señorita D'Andrea — dice pasados unos segundos —. Haremos las cosas a como usted desea.

Corto la llamada sin dar una palabra más. Me han hecho perder el tiempo con la incompetencia de una sola persona. Estoy segura de que, si yo estuviera en la empresa, esa persona estaría recogiendo todas sus cosas con una carta de despido y mi hermosa firma con tinta azul.

Tiro mi celular sobre las sábanas multicolores que adorna la cama. Me giro frente al espejo para acomodar mis senos con ambas manos. Normalmente cuando este tipo de situaciones pasan, yo actúo como si nada. Algunos de los que me rodean dirán que soy una mujer sin corazón y, la verdad, es que no es así. Yo tengo mi corazón, muy oculto dentro de mí, quizás bajo miles y miles de rocas, pero lo tengo. Aunque, para ser sincera, prefiero pensar con las bragas y la mente que con el corazón.

Me aseguro de tener el sostén de encaje blanco por debajo de mi camisa manga larga y que los bordes sobresalgan por el centro ya abierto. Quedo viendo el espacio de mi camisa y me decido por abrir un botón más sin importarme que puedan ver algo de mi cuerpo, igual, los accidentes pasan y los senos siempre salen al aire.

Mi estadía en este lugar será por poco tiempo, cuestión de días mejor dicho, pero suficiente para llevar al papacito, nachas nivel montañas, directito a mi cama. Me aseguro de poner perfume en las partes necesarias.

— Por si me besa, por si me abraza y por si se pasa — me quedo viendo frente al espejo y vuelvo a bajar el frasco de perfume frente a mi zona intima. Aprieto regando más producto en esa parte —. Que se pase, que se pase, que se pase.

Una vez olorosa, excesivamente olorosa, busco mi celular. Me decepciono al notar que Cris todavía no se da cuenta de que su hija no volvió en el momento que se supone que volvería, pero me reprendo por pensar en que ella podría preocuparse. No lo hizo cuando vio a un tipo vestido como todo un malandro saliendo de mi habitación, menos cuando no regresé el día que había mencionado. Justo cuando pienso guardar mi móvil, veo que en la pantalla de este se refleja la imagen de una hermosa morena de ojos verdes.

Punta, tacónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora