Capítulo 7

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Me gusta el drama, jamás lo negaré, así a como no negaré que es culpa de mi madre. Ella me enseñó a exagerar un poco las cosas, pero vaya que me divierto. He pasado toda la noche pensando y pensando en cómo deshacerme de Logan, hasta que recordé las palabras de Cris. Existen dos métodos para deshacerte de alguien, ambos comprobados por mi madre en sus cincuenta y tantos. El primer método es hostigarle hasta demostrar que te encuentras profundamente enamorada de él o ella y, el segundo, es hacerle la vida imposible a tal punto de celebrar sus lágrimas con una buena canción de fondo.

Jamás escogería la primera opción sabiendo que eso es lo que Logan más anhela en su vida. Además, me gusta muchísimo la segunda. Por ende, he viajado en auto hasta la empresa a las tres de la mañana con una caja llena de herramientas en la parte trasera, mi ropa deportiva en negro y un gorro que cubre mi rostro con excepción a mis ojos. Estaciono el jeep a dos calles de la empresa, pero antes de bajar, busco entre las canciones de mi celular una canción inspirativa. Entonces el sonido de fondo que ponen en las películas de investigación se escucha por mis audífonos y me siento más que lista para allanar la empresa D'Andrea Arts.

Bajo del auto y en puntillas me voy moviendo hasta poder visualizar la puerta principal del edificio. No miro a nadie del personal de seguridad en la entrada o sus alrededores. Indignada dejo caer la caja de herramientas a un lado de mis pies y me quito el gorro de mi cabeza de un jalón. Saco mi móvil de la caja de herramientas para grabar mi propia voz. Pongo una de mis manos empuñada sobre mi cadera, quito mis audífonos y me acomodo sobre la pared al mismo tiempo que veo el puesto de seguridad vacío.

— Nota — digo en cuanto aclaro mi garganta —: no darle un jugoso bono a la empresa de seguridad. Le quitan la emoción al asunto y no me dejan ser dramática. Malditos.

Saco la llave de la puerta principal, que guardo en casa por si en algún momento sucede alguna emergencia, y me dispongo a entrar. Los pasillos están oscuros, pero me conozco cada uno de estos como si fueran la palma de mi mano. Izquierda, derecha, un par de gradas, izquierda, elevadores. Desde muy pequeña me había aprendido todo de memoria, el hermano de mi abuelo solía traerme aquí para alejarme de las discusiones entre mis padres por un par de horas. Podría recorrer estos pasillos con una venda en los ojos y sobrevivir.

Cuando las puertas del elevador se abren, rápidamente me dirijo al escritorio del secretario presidencial. Me impresiona ver que la mesa está limpia al igual que el estante y que la silla se encuentra pegada a la pared. Definitivamente será extraño trabajar sin Charlotte. Respiro hondo antes de tirarme al piso con la caja a un lado.

Lo primero que saco es el alicate y lo sostengo con fuerza. Muevo mis pies para arrastrar mi espalda por el piso y quedar debajo de los cables de la computadora. Corto el cable negro, luego el amarillo y termino cortando el rojo junto al azul. Me aseguro de desconectar los cables del teléfono y hasta de cortarlos. Hago trizas los extremos de unas agujas para dejar una punta improvisada y los coloco en la silla, también escondo papeles importantes con números que probablemente en cierto momento pediré y él no sabrá de donde sacarlos.

El plan es el siguiente: primero hago de su espacio algo realmente incómodo, un hijo de papi jamás podrá trabajar con esas condiciones, luego hago que todo su trabajo sea complicado y por último lo despido por su ineficiencia. Me gustaría agregarle un toque de maldad con una orden de alejamiento, pero estoy segura de que Charlotte me ahorcaría con sus propias manos y, de paso, me enviaría a alguna isla desconocido con él.

Vuelvo a casa hora y media después. Mientras voy caminando, apago la alarma del reloj que siempre dejo en la sala y seguramente sonará como loco en un par de minutos, el que se encuentra escondido en la cocina justamente entre el microondas y la licuadora, también los cuatro alrededor de mi cama. Enciendo el televisor con las noticias matutinas, habla de un incendio en una de las zonas más caras de la ciudad, menciona niños aprendiendo nuevos idiomas, habla de un secuestro, dos robos y dejo de escucharla cuando me quito la ropa en cada paso que doy hacia el baño y quedo completamente desnuda debajo de un chorro de agua tibia.

Punta, tacónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora