Epílogo

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Los pasillos están llenos de personas, lo cual no me sorprende. Veo bolsas pasando de un extremo a otro, personas casi corriendo y niños vueltos locos por tanto dulce. Estamos a pocos días de navidad y es como si eso motivara a las personas a volverse locas buscando el regalo perfecto para sus familiares. No los culpo, yo estaría haciendo eso, de no ser por una llamada de emergencia que he recibido desde una de las salas de seguridad.

Logro esquiva a un par de adolescentes que van discutiendo y, al fondo del pasillo, veo a Sofía, mi prima, discutiendo con un tipo que jamás había visto en mi vida, pero es muy apuesto. Inmediatamente doblo en una de los pasillos, para no tener que saludar porque, lo que me espera en uno de los cuartos de seguridad, es más importante que un saludo.

Noto una puerta roja con dos tipos de traje vigilando y me digo que ese es el lugar. Antes de llegar al área de seguridad, me detengo un segundo, sosteniéndome en la pared. Hace dos años que no utilizo mis tacones para correr por largos tramos, prácticamente he perdido la agilidad de poder utilizarlos como si fuesen una extremidad de mi cuerpo. Masajeo mis pies desnudos y vuelvo a ponerme los tacones, simulando el rostro más serio que tengo.

Los dos hombres, grandes e intimidades, me bloquean la pasada de la única puerta.

— Disculpe, señora, no puede pasar por aquí — dice uno de ellos —. Es área restringida.

— ¡Señorita! — miro al tipo de pie a cabeza, consciente de que no podría derribarlo ni con un taconazo — Señor, me están esperando adentro. ¿Podría, por favor, quitarse de mi camino?

Sacude su cabeza, cruzándose de brazos.

— Lo siento, señorita, no es permitido.

— Pero me han llamado para venir a traer a alguien, ¿cómo es posible que me diga eso?

— Seguramente ha sido un error suyo, quizás es en otra área.

Asiento, conteniendo mis palabras que pican en la punta de mi lengua. Miro la placa con el nombre del cuarto, ahí dice "seguridad" y estoy segura de que me dijeron que era la única puerta roja con un par de gorilas vigilando.

— Un error mío y una mierda, ¿me escuchó, gorilon? — doy un paso hacia atrás — Vengo a traer a la persona que está ahí adentro y, si ustedes no me dejan entrar, entonces me veré en la penosa situación de entrar por las malas.

Saco el tenedor que estaba usando para almorzar en la oficina, amenazando a los dos tipos que han querido reírse de mí. Uno de ellos, el moreno, se muestra incrédulo, y al otro no parece importarle el peligro que puede significar un simple tenedor de plástico en mi mano.

— Por favor, señorita, no interrumpa nuestro trabajo.

— Déjenme entrar y prometo conseguirles un mejor trabajo.

— Lo sentimos, pero no podemos. — dice el moreno.

— Un mejor salario.

— No podemos.

— Un par de novias, entonces.

— Tenemos esposas.

— ¿Un auto?

— Nos gusta el bus.

Me quedo en silencio por algunos segundos, realmente no voy a convencerlos con algo material y mis tácticas de convencimiento han disminuido desde hace un tiempo. Pienso que, mi mejor opción, hasta el momento, es poner ojitos de gato adorable, pero no creo poder convencerlos. La verdad, puede que me haya equivocado. Siquiera sabía por dónde caminaba, solo estaba buscando la puerta roja y los dos gorilas.

Punta, tacónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora