Capítulo 16

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— Es duro, ¿cierto?

— ¿El qué? — dice, sin verme.

— El querer un libro y ver su precio.

Escucho su risa y veo que despega los ojos del libro que reposa en una columna al otro lado de la vitrina. Me mira sobre su hombro con sus manos en sus rodillas y la columna flexionada por lo anciana que está. Sacando un suspiro, se extiende con los brazos hacia arriba hasta que su espalda truena y mueve la cadera a los lados para acomodar todo su cuerpo. Rasca la parte superior de su vientre y luego da media vuelta.

Sus ojos oscuros se enfocan en el auto negro detrás de mí y luego en mi secretaria, la cual está de pie a un lado de la puerta trasera con mi agenda en su mano y un peinado perfecto.

La mirada burlona cae sobre mí. Recorre con su vista todo mi traje negro y se queda pendiente del collar largo con un dije de cruz que reposa entre mis senos. Toma el cuello de mi camisa, ajustándolo hasta que deje de enseñar parte de mis pechos y mi abdomen. Mis manos continúan ocultas en mis bolsillos, esperando que deje de comportarse como una madre preocupada. No digo nada cuando acomoda mi ropa, ella siempre ha sido así.

— Bonito auto, ¿es tuyo? — con su mandíbula señala el auto que conduce el chofer de la empresa.

Sacudo mi cabeza, confirmando sus sospechas.

— ¿Lo quieres?

— ¡Nah! — niega — Tu tío me buscaría en cuanto sepa que continúo viva — limpia los hombros de mi blazer—. ¿Cómo se encuentra, el viejo?

— Amándote en secreto, como siempre.

— Que conmovedor. ¿Sigue amando a la empresa con todo su ser?, ¿más de lo que me amó? — asiento — Entonces que se pudra ese bastardo.

Marcela termina de ordenar mi traje y acomoda sus lentes en el puente de su nariz. Me fijo en su ropa, se ha tomado muy en serio eso de desaparecer del rastreador de mi tío. Su vestimenta se basa en una pijama de leopardo con pantuflas del mismo estampado. Tiene un abrigo rojo que le llega hasta las pantorrillas y una peluca corta mal acomodada en su cabeza. Los lentes de sol, al estilo ojo de mosca, le ocultan la mayor parte de la cara pero, a pesar de eso, todavía puedo ver sus labial morado y sus largas pestañas llenas de rímel azul.

Ella, el amor de la vida de mi tío, se ha pasado un par de años huyendo de él, pero jamás de mí.

Ellos se conocieron en un momento bastante comprometedor. Dago comenzaba a manejar la empresa D'Andrea y ella era la psicóloga del abuelo que iba todas las tardes para pasar tiempo con él. Un día, caminando por el pasillo de la mansión, se tropezaron y fue amor a primera cachetada. Mi tío, en cuanto vio las curvas de su encantador cuerpo, le ofreció una apasionada noche bajo la luz de la luna y Marcela lo abofeteó tan duro que él supo que era la mujer de su vida. Sin embargo, no todo salió tan bien, ya que ella huyó en cuanto se dio cuenta del amor y compromiso que Dago tiene por la empresa. Juró no regresar hasta que olvidara por completo el asunto del trabajo y pudieran tomarse unas vacaciones en las vegas para un matrimonio real.

Desde entonces, han pasado demasiados años.

— ¿Quieres un café? — le pregunto.

Ella me queda viendo extrañada.

— ¿Qué sucede, Bárbara?

— Necesito a una psicóloga — eleva su ceja, hace años no uso sus servicios como tal —. No es para mí, más bien es una consulta.

— ¿Puedo tener un poco de spoiler?

— Drogas — parpadea, convirtiendo sus facciones en seriedad pura, y quita su peluca para que prosiga —. Cocaína.

Punta, tacónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora