Capítulo 3

5K 497 131
                                        

Los minutos pasan lentamente. A veces me dan ganas de poder controlar el tiempo para no tener este tipo de percances, e incluso, agregarle un par de horas a mi reloj. Mi mayor deseo es poder terminar con todo lo que tengo que hacer en un solo día.

La aguja del reloj se mueve un minuto y me remuevo incómoda en el asiento de plástico. Sigo viendo la aguja del reloj mientras vigilo a la chica que debería estar atendiéndome con el rabo de mis ojos. Exhalo exageradamente manteniendo la postura de mi cuerpo cuando ella me mira.

— ¿Señorita D'Andrea? — la veo como una fiera con hambre — Puede pasar.

El asunto es el siguiente. Luego de una semana exitosa donde firme un contrato de millones de dólares y pase sin estrés por Cris, me tocaba regresar a mi país, sin embargo, me voy dando cuenta de que mi vuelo ha sido adelantado y nadie me notificó a tiempo, pero eso no es todo, sino, que todos los vuelos están llenos hasta dentro de un par de días. Por eso, llevo casi tres horas esperando para poder ser atendida y que me den una solución.

Camino junto a mis maletas hasta un pequeño cuarto donde un hombre alto y de aspecto rudo me recibe. Él toma un par de papeles frente a mí y comienza a leerlos uno por uno, todo mientras yo veo cada minuto desperdiciado que he pasado en este asunto. Jamás me había sucedido algo similar y es totalmente molesto, ¿por qué nos empeñamos en desperdiciar el tiempo con tantas cosas que tenemos por hacer?

— Bien — el hombre, llamado Jorge, acomoda los papeles perfectamente y luego golpea con estos contra la mesa para que todas las hojas estén en el mismo nivel —. Según su historial, usted es una persona que viaja constantemente, ¿puedo saber por qué?

— Negocios — digo viendo en dirección al reloj.

— ¿Marihuana?

Lo miro extrañada esperando que sea una broma de muy mal gusto, pero él continua con su expresión seria y de muy poco amigos. Muevo mi cabeza de un lado a otro en completa negación intentando similar la seriedad con la que él me mira. Asiente acariciando su mano por encima de su barbilla como pensativo, para luego acomodar sus brazos sobre la mesa, metálica y fría, entre nosotros.

— ¿Cocaína? — susurra.

— ¿Tengo cara de ganar dinero bajo una mala vida? — cruzo mis piernas y coloco mis manos sobre estas.

— Eso no me corresponde decirlo, señorita — repuso todavía en un tono cordial —, pero tampoco se me hace muy normal todo estos viajes como ráfagas — extiende las hojas frente a mí con un sin número de países registrados desde hace cinco años —. México, Colombia, Venezuela, Europa en su totalidad y otros países. Mejor dicho, todo el mundo.

Rápidamente rastreo mi físico. Tengo muy mal aspecto. Llevo unos pantalones de mezclilla caídos que muy pocas veces me arriesgo a ponerme, sobre todo, en este tipo de viajes donde las distancias son largas y las horas eternas, también tengo una sudadera y el mismo maquillaje de ayer que, por cuestiones de tiempo, no pude quitar, además de tener el cabello enredado.

Miro al tipo frente a mí, está serio y en espera de una respuesta. Por supuesto que esta vez no aparento ser la empresaria que soy, es decir, lo único que me diferencia son los tacones de punta que ni loca me quito.

Esto es muy humillante y desearía que me tragara la tierra por algunos minutos.

— Insisto — consigo decir —, es por negocios.

Arquea una ceja y yo renuncio a mantener una conversación seria con él. Tiene la mente de pollo más grande que he conocido y me he dado cuenta de que, para este momento, él me está considerando la mafiosa más grande del mundo. Es más, creo que hasta me considera la reencarnación de Pablo Escobar, junto a todos sus amigos. Estoy segura de que está pendiente del momento en el que, al igual que mi supuesta vida pasada, se me salga el acento colombiano.

Punta, tacónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora