Capítulo 12

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— Y me ha dicho que eres una grandísima odiosa, chamita.

Me quedo con la boca abierta sosteniendo el aparato entre mis manos al mismo tiempo que mis ojos releen el mensaje una y otra vez, pero ¿qué clase de loca es esta? Por supuesto que, dentro de mi mente, la idea de contestar todos los mensajes sin insultos o difamando el nombre de otra persona, no es parte de un comportamiento odioso.

Sí, es cierto, soy odiosa y enojada la mayor parte del tiempo. Nunca dejaré de negarlo porque no se me antoja ser una mentirosa, pero mi conciencia me dice que he hecho todo bien al responder sus mensajes y que me he comportado de una manera extremadamente educada. Supremamente educada.

Respiro hondo, tanto que mi pecho duele, y dejo mi celular a un lado porque si continúo leyendo los chismes que le han llegado, entonces explotaré. Cierro mis ojos con fuerza y mi mano se convierte en un puño pegado a un costado de mi pierna. Incluso, llego al extremo morder el interior de mis mejillas y a maldecirla con una voz supremamente baja.

Dentro de mí, mis chacras se mueven impacientes por lo que he leído; se desequilibran por la estupidez de otra persona. A pesar de todo el control que intento retener, cuando abro los ojos me imagino la única foto de la chica con su rostro en medio de una fogata siendo quemada sin piedad. Siento que la agresividad que me caracteriza está a microsegundos de salir a la luz y temo desahogarme con la primera persona que se tope conmigo.

No me queda de otra más que hacerle creer que estoy ocupada y guardar el aparato en el bolsillo de mi blazer. Todo por el bienestar de las personas que me rodean.

Respiro justo a cómo había aprendido a hacerlo cuando era más joven y necesitaba recordar que Cris es mi madre y no la puedo ahorcar. Ese es mi problema con las personas, sin importar el género. Me molesta tanto el hecho de regalarles un poco de mi tiempo, la cosa más importante para mí, y que todavía se tomen el descaro de hablar cosas a mi espalda, sobre todo, con personas que son cercanas a mí. Esto solo me hace recordar a Callum y la serpiente que tiene por dentro. Ese tipo de personas, las mismas que tienen una cara diferente para cada situación, son las que me han enseñado que es preferible ser a como soy, que demostrar un cariño lleno de mentiras.

La necesidad de distraerme me obliga a levantarme de mi asiento y a dejar mi trabajo para casa. Abro la puerta de mi oficina y saco mi rostro, hasta que mis ojos sobrepasan el borde de esta misma, dándome la oportunidad de ver a todas las personas que se encuentran trabajando. Antes de salir por completo, y ver sus miradas llenas de amargura en mi dirección, meto las manos dentro de mis bolsillos suspirando e imaginándome que nadie se dará cuenta de mi presencia, ni escuchará el andar de mis tacones.

Más de una vez había escuchado que debo sonreírle a las personas por educación, un reto muy difícil a mi parecer, pero efectivo para la mayoría de las personas. No dudo en ver mi reflejo sobre el borde metálico de la puerta. Tengo unas grandes ojeras oscuras por haberme desvelado toda la noche y el cabello perfectamente peinado, pero noto que mis labios se encuentran sellados y bañados en color carmín. Recuerdo que debo sonreír, entonces las comisuras de mis labios se mueve, casi temblando, hasta formar una media sonrisa forzada. Sin exageraciones diré que mi rostro comienza a doler por la tensión. Me canso y salgo de la oficina sin decir nada. Algunos ojos caen sobre mí, sus miradas son serias y más de uno luce asustado.

— Buenos días. — digo para todos.

Las expresiones de terror aumentan y veo que más de uno susurra algo sorprendido. Me dan nervios someterme a este tipo de situaciones, jamás ha sido fácil agradarle a las personas, pero tampoco me quejo. Al fin y al cabo, es lo que yo misma he cosechado.

Doy el primer paso hacia el ascensor. Los segundos me parecen eternos y, dentro de mis bolsillos, mis manos se convierten en puños porque me he dado cuenta de que las personas bajan sus miradas cada que yo paso. Por el rabillo de mis ojos voy reconociendo cada rostro y los problemas que me han causado. Cada uno con nombre y apellido, cada uno con sanciones y amenazas de despidos. Sin duda, aquí la villana soy yo.

Punta, tacónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora