FIN

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Actualidad

Si hubiera tenido que escoger una canción de fondo para el desastre que era mi rostro, esa canción podría decir «look what you made me do» porque no solo era mi maquillaje, era un sentimiento que no podía controlar. La canción iba de maravilla, hablando en serio.

De repente, acostada en el centro de una tina, estaba dejando que mi corazón se oscureciera con la tinta negra de la maldad. Me había cansado de los pequeños juegos, del papel que me había hecho interpretar. No me podía tragar el crimen perfecto que me obligó a tocar fondo, tampoco quería imaginármela riendo por lo sucedido porque alguna vez, el control de la situación fue dirigido por mí. Me aborrecía el hecho de saber que ella había logrado lo que yo no.

Y algo dentro de mí, quería venganza. En ese momento, con el maquillaje corrido y los tacones fuera, mi alma estaba comenzando a contaminarse de esa sed tan insaciable que se me hacía imposible huir, aunque tampoco lo quería. Quizás antes no lo había pensado, pero ahora todo era diferente. Quería destrozarle la vida, verle llorar de la misma manera en la que yo lo estuve haciendo. Ser la actriz de sus pesadillas. Por primera vez, quería ser mala de verdad y no tener remordimientos al día siguiente. Es cierto, tuve todo lo que merecía, pero estaba segura de que ella también lo tendría... porque Vanessa se había convertido en el primer nombre de mi lista negra.

Entonces, ella llegó y la oscuridad desapareció como correntadas de viento.

Ahora mis pasos no pueden ir más deprisa. Cada segundo que pasa es tiempo desperdiciado, gotas de agua que se me escurren entre los dedos. Escucho el ruido en las afueras de mi hogar, también veo los flashes de las cámaras disparando contra las ventanas y a mi madre, la única persona que se atrevió a botar las puertas de mi recamara para rescatarme de la oscuridad en la que intentaba sumergirme hace unos minutos, sosteniendo mi mano.

Giro la cabeza para mirarla y, por primera vez, no frunzo el ceño y pongo los ojos en blanco. Ahora la miro a los ojos y sonrío. Por qué Cris puede ser una madre espantosa, ridícula y loca, pero es la única que tengo y la única que, en estos momentos, parece una madre leona intentando rescatar a su cría. Sé que, en estos instantes, se está esforzando por volver a ser esa madre que una vez fue y supongo que nadie entiende eso mejor que yo. La verdad, me da alivio sentir su mano jalando la mía, escuchar el sonido de nuestros tacones con el mismo paso.

Derecha, izquierda. Derecha, izquierda.

Se detiene al toparnos con la puerta principal y yo junto a ella. No dice nada, pero sí se gira para quedar frente a mí. Las manos de Cris recorren mis brazos y se mantienen en mis hombros, sonriendo de una manera muy maternal. Quita sus tacones, disminuyendo varios centímetros frente a mí. Antes de inclinarse para tomarlos, besa mi frente y habla:

— A la mierda con lo que crean de los D'Andrea.

Los hombres que derribaron la puerta de mi habitación, abren el único escudo que tenemos para protegernos de las cámaras y las preguntas poco discretas sobre mi vida personal, las fotos expuestas el día anterior y la relación que tenía con esa persona. Los dos gorilas de mamá, son los primeros en salir, dejándome un camino libre. Doy el primer paso, intentando evadir cualquier tomar de mi rostro asqueroso. Detrás de mí, mi madre va gritando obscenidades y promete demandarlos a todos por invadir la privacidad de su florcita, o sea, yo. Quiero reír al girar mi cuello para verla sobre mi hombro y notar que ha tirado uno de sus tacones al aire, directamente a una de las presentadoras de un canal nacional.

Eso, en definitiva, dará mucho más de que hablar.

Un minuto es el que tardamos en llegar al auto de Cris y treinta segundos en tomar rumbo a mi próximo refugio. En el camino, nos sumergimos en un silencio algo incómodo. De un día para otro, he comenzado a sentirme más tímida, insegura y fría. Jamás pensé que algo así pudiera sucederme a mí. Siempre me dije que eso solo le pasaba a las personas descuidas, ingenuas por profesión, pero yo he sido la prueba de que esto le puede pasar a cualquiera, desde el más joven hasta el más viejo.

Punta, tacónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora