Epílogo

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Las manos me sudan. Cada poco tiempo reviso las notas y las vuelvo a guardar en el bolsillo del pantalón de vestir. La tela pica un poco, pero no lo suficiente como para incomodarme. Mis piernas no pueden quedarse quietas, y mi corazón, sapiente de lo que viene, no deja de latir descontrolado dentro de mi pecho.
La anticipación me llena de ansiedad y busco una manera de sobrellevarla.

Observo mi alrededor. Mala idea.

El lugar está lleno de gente, gente que espera, me espera, y no estoy seguro de qué hacer sobre eso.
Respiro. Adentro, afuera, adentro, afuera. Sirve un poco pero no demasiado. Me muerdo la uña del pulgar y no puedo evitar pensar en que mamá me pediría que parara si me viera.

Siento una terrible cantidad de energía contenida, enclaustrada en mi interior, pujando para salir por algún lado. Temo que encuentre un medio de escape que me deje en ridículo frente a tanta gente.
De tan solo pensarlo siento sudor nacer en mi frente y juro que me falta el aire. Tengo la tentación de simplemente irme, dudo que alguien se enoje de verdad conmigo, pero lo descarto a último momento.
Esto es importante, tiene un peso que va más allá de mí y mis miedos, debía hacerlo. Incluso con el riesgo de decir alguna estupidez y que la gente lo recuerde durante toda mi vida, o peor, hacer algo incluso más humillante como caerme del escenario o desmayarme en vivo.

Era un riesgo que valía la pena tomar.

A pesar del temblor de mis manos, y el susto que me da la persona a cargo de guiarme al pequeño escenario al avisarme que es tiempo de subir, cruzo la distancia entre las escaleras y el escenario.
Doy un paso tras otro, dejo que mis pies me guíen y los miro para no pisar mal y caerme.
Cuando el atril de cristal se encuentra frente a mí sé que llegó el momento. Bien. Yo puedo hacer esto.
No hay nada que no pueda hacer si no me esfuerzo por ello, no tengo nada que me lo impida más que mi mente.

Soy soy fuerte, soy inteligente, soy capaz; soy yo y eso es más que suficiente.

Con las palabras de mamá y Emanuel que uso como mantra en cada momento de estrés, levanto la cabeza, alzo la barbilla y pienso: heme aquí mundo, esto soy yo, Mateo Páez, y es tiempo de que me escuches.

—Buenas noches —El micrófono hace un poco de ruido, pero intento no alterarme—, es un honor tenerlos presentes, espero que la noche esté siendo agradable para todos. Este es el momento donde les digo cosas de mí y de cómo llegué al lugar que ocupo hoy, pero primero déjenme hablarles de otra persona, mucho más interesante.

»Mi madre es el ejemplo perfecto de que los neurotípicos son más extraordinarios de lo que pensé, de lo que muchos de nosotros imaginamos. Muchas veces no pude comprender lo que quería decir cuando me decía que yo era su más grande orgullo. Yo, que por mucho tiempo me consideré fuera de lo normal, diferente, desconocido y hasta peligroso, fue gracias a ella que logré aceptar no solo mis diferencias con el mundo, sino también mis similitudes.

»Ser Asperger no es más que otra forma de llevar el color de pelo, nacer con diferentes tipos de color de ojos, de superar las dificultades de la vida, ser lo mejor que se puede ser.
En un mundo donde cada uno vela por sí mismo, mi madre me enseñó que no hay mejor trabajo que el servicio a otros. No ha sido fácil, comprender el mundo sigue siendo una tarea que lleva todo mi esfuerzo, pero de no ser así no habría ninguna recompensa.

»La manera en que cambié y crecí es algo extraordinario, más allá del síndrome con el que nací. Ser Asperger no me define como persona, aunque para muchos sea un punto limitante. Mi ropa, mis recursos, mis amistades o mis palabras tampoco; ser humano me define como persona, y como he aprendido a través de todo este arduo proceso, es que el simple hecho de existir me hace especial y único. Al igual que cada uno de ustedes, tengo miedos e inseguridades. Me he planteado muchas veces cómo iba a encontrar la felicidad siendo un niño que incomoda al mundo, porque en nuestra sociedad lo diferente es tachado de incomprensible e ignorado en el mejor de los casos. En busca de ese sentimiento que llaman felicidad, olvidé la importancia del hoy, el milagro inmensurable de vivir. El privilegio de pasar un momento más con la gente que es importante para mí. —Mis ojos enfocan la mesa donde mi familia y amigos escuchan atentos. Como mamá siempre dice, la familia siempre será el mayor milagro.

Más de lo que ves © [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora