Capítulo 14: mejor dos que uno (parte uno)

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Los meses se sucedieron en un montón de días donde caía rendida, me levantaba temprano, comía lo que Anita me preparaba, estudiaba y al anochecer volvía a caer rendida.

El estudio me mantenía centrada, con la vista fija en la meta, sin embargo, no podía evitar ponerme un poco ansiosa conforme las semanas pasaban. Cada día era un día menos, un día más cerca de conocer al pequeño que vivía dentro de mí.

La primera vez que lo sentí moverse, fue sin exagerar, un momento mágico. Tan mágico que no pude contener las lágrimas de emoción. Mis manos temblaban y mi voz se quebró cuando le expresé todo mi amor infinito a mi hijo.
Fue algo que nunca podré olvidar.

Entre todo el ajetreo, cumplía a rajatabla las órdenes de Gloria. Iba a las consultas cada mes, tomaba todo lo que me recetaba y procuraba comer sano. Quería ver nacer a un niño feliz, perfecto, como debía ser.

Resultó que la tarea de vender el departamento y comprar uno nuevo más cerca de mi futuro trabajo no fue tan complicada como creí.
El departamento era espacioso, bien ubicado y en una zona bastante segura, por lo que no me sorprendí tanto al ver la suma en la que se vendió.

Finalmente, casi por decisión del destino, terminamos por elegir una pequeña casita casi escondida y muy encantadora en pleno barrio porteño. Era algo difícil de conseguir, en capital ya casi que no existían las construcciones hogareñas, era todo un manojo de edificios y locales de comida o ropa. Por lo que en el momento en el que vimos la casa, supimos que debía ser esa.
Al ser un poco antigua, cosa que no me extrañó, el precio no era tan alto.

En el noticiero se decía que era el mejor momento para adquirir bienes raíces, que eran el mejor negocio. Claro que yo podría haber alquilado el departamento e ir a vivir a otro lado de todos modos, pero preferí deshacerme de todo lo que me ataba al pasado. Yo ya no era la Lorena que vivió y se desvivió por alguien más en un demasiado grande departamento en Buenos Aires. La nueva Lorena, la que estaba a punto de cumplir sus metas académicas, se había convertido en alguien más. Quería creer que en alguien más fuerte.
Quería hacer las cosas bien, formar un futuro donde a mi bebé, a Anita y a mí no nos faltara nada. Donde vivir y soñar puedan ser sinónimos y no utopías. Quería creer que tenía todo lo necesario para lograrlo.

Es extraña la forma en la que una persona piensa luego de entender que una vida dependería de ella. Nunca creí que llegaría a ese punto tan pronto. De hecho, no estaba segura de querer ser madre aún, hubiera empezado con un perro, para aprender a cuidar de un ser vivo, pero las cosas se dieron de esa manera y después de todo, me era imposible arrepentirme de mi bebé.

Yo estaba segura de que nunca me había sentido tan segura de algo como lo estaba de ese pequeño. De pronto, mi vida no tenía tanta importancia, me refiero a que desde que terminé la secundaria había planeado con un riguroso cuidado cada paso a dar, cada movimiento que seguiría al otro. Todo estaba calculado, nada era porque sí.
Mi carrera lo había sido todo para mí, dejar mi hogar y vivir sola en una enorme ciudad no era tan apabullante si con eso cumpliría mis sueños. Había puesto cada segundo, cada hora, todo mi esfuerzo para conseguir lo que deseaba, para tener mi futuro asegurado. Y de pronto, todo dejó de ser tan importante como asegurar el bienestar de mi hijo.
De pronto no eran mis aspiraciones lo que más anhelaba, no era un título, una carrera o un futuro brillante lo que más deseaba. En poco tiempo, me vi a mí misma convertida en una versión mucho más trabajadora, pero con otro objetivo en mente. Quería ser feliz.

Podía parecer estúpido, ya que, ¿no buscamos todos la felicidad? Pero no me había planteado hasta entonces la posibilidad de ser feliz por completo con lo que tenía conmigo.
Entendí que todo ese tiempo había corrido tras una meta que aunque necesitaba cumplir, no me aseguraba la felicidad. Había dejado pasar años, concentrada en estudiar sin parar, en rendir y ser una alumna ejemplar, pero en el camino, olvidé la importancia de los procesos.
Olvidé lo que era el hoy. Lo que significa estar viva un segundo a la vez. Olvidé lo mucho que me gustaba pasear sola, lo mucho que me agradaba descansar en una plaza.
Había vivido por un sueño, pero ese sueño no viviría por mí.

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