Me gusta pensar que fui hecha para esta vida, justo la que tengo ahora.
Me gusta pensar que por más interesantes que suenen otros universos alternos, por más lindas o distintas que puedan llegar a ser las otras Morenas, no podría ser parte de esas posibles realidades.
Me gusta creer que pese a todas las predicciones y números en contra, era la indicada para vivir esta —y ninguna otra— vida, la única e indiscutible merecedora.
Lo comprendo ahora, tiempo después, porque cuando volví al departamento ese día después de salir del teatro, ya nada fue lo mismo. Y creo que fue lo mejor, el que mi mundo haya cambiado por completo, por más que en ese momento pareciera que la vida como la conocía llegaba a su fin.Cuando entré al departamento no me sorprendió encontrar la casa vacía. De hecho, no noté nada extraño hasta que después de comer algo rápido decidí darme un buen baño reparador. Necesitaba relajarme un poco para poder comprender todo lo que había sucedido en el día. Hice la nota mental de hacer las compras porque se nos agotaban los alimentos y eso nunca eran buenas noticias.
Ya en la habitación, fui directo al baño y abrí la canilla para llenar la bañera. No era muy fan de gastar agua de manera inconsciente, pero necesitaba algo que me calmara la ansiedad casi con desesperación.
En esos pensamientos me encontraba cuando abrí las puertas del alto ropero ropero de madera oscura y mis cejas se juntaron en un profundo ceño desconcertado.
Di un paso atrás, confundida, y abrí del todo las delicadas puertas. Revolví entre lo poco que quedaba sin poder comprender lo que veía. Sentí mi pulso acelerarse y mi pecho subir y bajar al ritmo de mi respiración agitada.Retrocedí, esta vez asustada, como si una alimaña me amenazara siseante desde adentro del mueble. Corrí a la sala de estar donde se encontraba el escritorio con los papeles importantes, pero había nada. No había nada de nada. La ausencia lo ocupaba todo. La ropa, los papeles, documentos, libros... Todo había desaparecido. Quedaban nada más que espacios desordenados y vacíos.
Por un momento mi mente, en un intento de evitar la realidad, consideró la opción de que nos hayan robado, pero bastó verificar que el resto de las cosas seguían en el mismo lugar que antes para abandonar esa pobre esperanza. La tele, el DVD, el equipo de música, todo seguía ahí, intacto.No tenía sentido. Nada tenía sentido, pero lo sabía, sabía qué significaba todo aquello.
¿Alguna vez te dijiste a vos mismo que habría tiempo?
Mañana habrá tiempo para visitar a tal persona, mañana habrá tiempo para comprar eso o aquello; todo mañana, pero a veces el mañana no llega y te das cuenta que el tiempo se agotó. Eso sentí en el instante que tuve que aceptar lo que sucedía.
No nos habían robado, no nos habían saqueado o algo por el estilo, no.
Sergio se había ido y esa era la única verdad. El tiempo se había agotado y el mañana ya no iba a llegar, al menos no a su lado.Regresé a la habitación que se veía igual que cuando me fui esa mañana, excepto por el enorme hueco que de pronto su ausencia me hacía sentir. Casi me había acostumbrado a esa rara rutina de apenas vernos, a no saber de él por días. Una parte de mí no se sorprendió. La mayor parte de mí, la que había vivido todos esos años junto a la persona con la que creyó que compartiría su vida para siempre, admitía que lo amaba porque entonces, si no fuera así, no sentiría este enorme vacío sin sentido que experimentaba en el centro del pecho.
De lejos podía escuchar el sonido del agua al chocar contra el frío piso del baño y el calor húmedo del vapor que me alcanzaba desde la ducha, pero ni eso fue suficiente para lograr sacarme de esa especie de congelamiento en el que me encontraba.
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Más de lo que ves © [EN EDICIÓN]
General Fiction«Hay personas que nacen y uno sabe que serán grandes. Esa clase de personas que no hace falta ser un genio para notar la grandeza que les espera. A veces pienso que Sergio era uno. Al extremo opuesto de esa línea, estaba yo. Son por esas cuestione...