—Así que es por eso. ¿Síndrome de Asperger? Por Dios, nunca en mi vida lo había escuchado.
—Imaginate yo, cuando estaba ahí escuchando todas las características del síndrome. No entendía ni jota, pero me hice la que sí. Igual voy a tener que seguir investigando y supongo que Emanuel y su colega el morocho me van a ayudar en lo demás.
—Entonces... ¿de verdad te van a ayudar sin cobrarte nada?
— ¿Loco, no? Yo todavía no me lo creo, pero cualquier cosa que ayude a Teo, entonces mejor no pregunto. Ya que estamos en el baile, bailemos, ¿no?
Ante eso, Viviana y yo levantamos nuestros vasos llenos de Fernet con gaseosa de cola e hicimos un brindis. Un brindis por no tener idea de lo que pasaría en el futuro, por esos momentos en la vida en los que que no te queda otra que confiar y esperar lo mejor.
Vivi y yo estábamos en un bar no muy lejos de casa. Una vez que salimos de la facultad, Vivi decidió durante el viaje de vuelta que necesitaba con urgente desesperación un poco de alcohol. Accedí, para mi propia sorpresa y la de mi amiga, no solo porque necesitaba despejar al menos un segundo mi cabeza de toda la información que me habían dado en esas horas, sino porque por un momento, necesitaba sentir que tenía el control de algo, que podía manejarlo, incluso aunque me estuviera mintiendo a mí misma. Bastaba con un respiro, un respiro y seguiría adelante, nada más que eso necesitaba.
Sentadas en una envejecida mesa de madera, Viviana me escuchaba parlotear sobre millones de cosas. No preguntó nada, esperó a que tomara la iniciativa y cuando pude reunir el coraje, le solté todo lo que los especialistas dijeron.
Todo lo que había en mi mente. Todo lo que empujaba en mi cerebro y hacía presión constante contra mi frente. Todo lo que me asfixiaba.
Después de un buen rato y dos grandes vasos de Fernet casi puro, tragué el sabor amargo de mi auto compasión y la asquerosa bebida que por alguna razón desconocida me gustaba tomar.—A pesar de todo... ¿no es tan malo, no? —La miré intrigada— Bueno, digo, podría haber sido peor. Podría sufrir de problemas para hablar como muchos chicos con autismo, no es como que Mateo hable mucho, pero al menos no tiene la incapacidad. Solamente necesita aprender, todos necesitamos aprender a hablar y comunicarnos, ¿o no?
—Sí, pero al año Vivi, no a los cinco años —argumenté y suspiré, un poco pesimista. Descubrí que no era una borracha divertida, bueno, tampoco estaba borracha. Dudaba que con dos vasos de alcohol mezclado con gaseosa llegara a emborracharme.
—¿No es ese científico famoso el que aprendió a hablar y no sé qué más a la misma edad?
—¿Einstein? ¿Estás diciendo que mi hijo podría ser un genio? —cuestioné con una corta sonrisa. Eran un poco tiernos sus intentos de hacerme sentir mejor. Aunque dudaba que algo pudiera hacerme sentir mejor.
—No, bueno, uno nunca sabe. A lo que voy, Lore —continuó mientras alcanzaba mi mano que jugaba sobre la mesa con un sobre de azúcar—, es que sin importar cómo empiece una persona, o las cosas que los demás piensen que lo limitan o lo hacen parecer menos, eso no determina quién será ni cuán lejos puede llegar. Y aunque no sea un genio ni tenga un futuro brillante, si llega a ser una buena persona, amable y de buen corazón, justo como vos, entonces creo que no habría nada de qué avergonzarse o arrepentirse. Después de todo —agregó con una cálida sonrisa de lado—, no sos ningún genio, y a pesar de eso, todos los días le cambiás la vida a alguien. —Sus palabras impactaron en mi corazón con tanta fuerza, que no supe qué contestar. Sentí cómo el calor se juntaba en mis cachetes y ella empezó a reír al darse cuenta. Bufé enojada en broma, la miré y entendí por qué la gente se esforzaba en tener amigos. El dolor era mucho más soportable si tenías alguien con quien compartirlo.
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Más de lo que ves © [EN EDICIÓN]
Ficción General«Hay personas que nacen y uno sabe que serán grandes. Esa clase de personas que no hace falta ser un genio para notar la grandeza que les espera. A veces pienso que Sergio era uno. Al extremo opuesto de esa línea, estaba yo. Son por esas cuestione...