—Señora Páez, por favor pase.La voz rasposa de un hombre me sobresaltó. Antes de que tenga tiempo para reaccionar, ya estaba de pie con Viviana detrás de mí, ambas a la espera de lo que sea que estuviera por pasar. Miré a mi amiga, ella asintió una vez con una pequeña sonrisa, de esas que uno hace para decir, pase lo que pase, estoy acá. Asentí en respuesta y con los hombros rectos y la frente en alto, ingresé a la habitación que determinaría todo.
El ruido de la puerta al ser cerrada me asustó un poco, lo que me indicó lo nerviosa que estaba.
Al ver hacia el frente, cinco pares de ojos me observaban. Fue intimidante, no podía decir lo contrario, aunque me esforcé para no bajar la mirada. No sé si funcionó, esa gente parecía mil veces más inteligente de lo que yo era, estaba segura de que el constante movimiento de mis manos era notorio para todos. Dudo que haya engañado a alguien.—Señora Páez, qué bueno conocerla —saludó un hombre bajito y rechoncho. Tenía una barba con varias canas y unos anteojos redondos, se parecía a esos académicos de las películas animadas. Me lo podía imaginar como el doctor especialista en algo con acento extranjero a la perfección.
—Señorita —respondí yo. ¿Por qué la gente la tenía con decirme señora? ¿Tan vieja me veía?
—Disculpe —dijo con una risita graciosa, sonaba nasal—, señorita Páez. Mi nombre es Lorenzo Díaz, rector del área de investigación neuropsicológica de la facultad, por favor siéntese.
—Mi nombre es Juan José Amancio, psicólogo especialista en trastornos mentales —habló un hombre alto y un poco desgarbado. Vestía bastante informal, cosa me hizo sentir un poco mejor. Saludé a cada uno con un beso en la mejilla y sonreí educada.
—Raúl Ponce, psicólogo infantil, especialista en los síndromes del espectro autista —se presentó el que faltaba. Yo asentí de forma automática, otro beso en la mejilla, pero no entendía nada la verdad.
¿Síndrome autista? ¿Trastornos mentales? ¿Qué en el mundo estaba pasando? El hombre desentonaba un poco, se veía bastante joven, en sus treintas capaz. La piel morena hacía que la bata blanca resalte más. Me di cuenta que era el único con la bata blanca característica de doctor, sus iniciales estaban bordadas en el bolsillo delantero de la misma, donde sobresalían varias lapiceras.
—Lore, qué bueno verte otra vez —habló la doctora Robles con una agradable sonrisa, me alegré de ver al menos una cara conocida, además del doctor Rivera.
—Bueno, ya que todos nos presentamos, creo que podemos empezar —dijo Emanuel entonces.
—Por favor, odio el suspenso, díganme lo que sea que tenga que saber.
Para ese momento, los seis estábamos sentados alrededor de una larga mesa blanca, como las viejas mesas de las escuelas. La doctora Robles se encontraba sentada a mi izquierda, el doctor Rivera y el larguirucho estaban frente a mí, el doctor moreno de la bata pretenciosa al lado de la doctora Robles y por último el señor de película animada en la punta de la mesa. Esa sola acción me dijo hacia dónde tenía que esperar las respuestas.
—Lorena, espero que no te moleste que te tutee, pero ya que vamos a hablar de tu hijo, me parece lo mejor —comenzó desde la punta el señor Díaz, sus manos descansaban sobre su considerable panza, lo que me causaba un poco de risa.
—No hay problema —acepté
—Bien, Lorena, primero que todo te pido perdón por la tardanza, pero teníamos muchísimas variables y aspectos que analizar. Queríamos estar completamente seguros de darte la respuesta correcta, sin lugar a ninguna duda.
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Más de lo que ves © [EN EDICIÓN]
Genel Kurgu«Hay personas que nacen y uno sabe que serán grandes. Esa clase de personas que no hace falta ser un genio para notar la grandeza que les espera. A veces pienso que Sergio era uno. Al extremo opuesto de esa línea, estaba yo. Son por esas cuestione...