La gente a la espera de que alguien las atendiera era larga.
El consultorio donde esperaba a que dijeran mi nombre estaba justo frente al hospital público San Cayetano, en la zona de Belgrano.Dentro del consultorio, los asientos eran cómodos, música de los ochenta hacía mover los pies de las personas al ritmo de los sintetizadores, un agradable olor dulce se percibía en el aire y todo parecía en calma y controlado. Afuera, nada más que a tal vez diez u ocho metros, en la vereda de en frente, los hombres se alineaban contra la pared que alguna vez fue blanca, para fumar, como presos a punto de ser fusilados, o como si esa vieja pared fuera lo único que los mantiene en pie. No faltaban los carritos para bebés, siempre acompañados de dos o tres niños agarrados a los costados, como vigías.
Mateo estaba dormido sobre mis piernas, sus pequeñas manos juntas sobre su pecho daban la impresión de un ruego. Acaricié las ondas de su adorable cabecita y mi vista se vio atraída una vez más por el escenario que los grandes ventanales opacos del consultorio dejaban ver. Me sorprendí al notar más gente, a través de las viejas ventanas del hospital público noté una mujer en lo que parecía un delantal azul discutir con otra mucho más joven, o eso creía al analizar su ropa y contextura física.
¿Dieciocho años tal vez? ¿Estará sola? ¿El bebé en sus brazos es suyo? Si lo es, ¿el padre del que esperaba en su vientre era el mismo?
Las preguntas en mi mente crecían, un dolor sordo en mi pecho comenzó a crecer al imaginarla sola, con su gran panza, sin poder protegerlos, sin nada para darles. ¿Dónde dormirían?
Estaba a punto de levantarme cuando escuché mi apellido. Alcé la mano por inercia y me puse de pie, pero cuando volví a mirar hacia el lugar donde la chica estaba, ya no había nadie. Como un espejismo, como un fantasma.Al entrar a la habitación donde me esperaban, el doctor Galván —un hombre en sus cincuenta muy amable y bastante bien cuidado para su edad— me saludó con confianza profesional. Le di un beso en la mejilla y la barba me hizo picar, se lo comenté y rio diciendo que había olvidado recortarla.
—Contame Lore, ¿pudiste hacer todo? —preguntó mientras se acomodaba sus anteojos de lectura. El doctor Galván era el pediatra de Mateo desde que había cumplido el primer año. Me lo habían recomendado unas maestras de la escuela donde enseñaba y la verdad no tenía ninguna queja. Confiable, atento y organizado, así lo recuerdo siempre al doctor, junto con sus inseparables lentes de lectura y las canas coquetas en las sienes que lo hacían ver maduro pero con estilo.
—Pude, me costó un poco ya que este revoltoso no quería que lo toquen, pero al final lo soborné y funcionó. —El doctor sonrió como si comprendiera y yo sonreí como si no hubiera sido toda una bendita odisea llevar a mi hijo al médico.
—Normal de todo chico —aseguró con su sonrisa paternal. De seguro pensaba que mi inexperta manera de tratar a mi hijo debía ser el problema.
Había notado hace unos cuantos meses que Mateo era muy susceptible a los ruidos. Al principio creí que al ser hijo único estaba acostumbrado a los ambientes tranquilos, pero vivíamos en plena ciudad, asistía a las reuniones desde que él era un bebé, y parecía no poder acostumbrarse al ruido excesivo. Se ponía nervioso cuando la gente gritaba e incluso lloraba si habían muchas personas bulliciosas al rededor, lo que en Capital era casi a diario contando los piquetes continuos, las manifestaciones y el constante tráfico.
Anita no dejaba de decir que era algo normal de su edad, pero yo trabajaba con niños todos los días, sabía cuándo algo era normal de la edad y cuándo no.Lo próximo fue hacerle una visita al doctor Galván en su consultorio, que después de revisar sus oídos con un aparato extraño, me dijo que todo se veía normal. Insistí tanto por alguna otra opinión que terminó por derivarme a un otorrino colega suyo, quien me dio las órdenes para hacerle una audiometría a mi pequeño, junto a un examen para sus ojos, ya que el dolor de cabeza ocasionado por el esfuerzo de sus ojos para ver podría ser una causante. Yo lo veía dudoso, pero tampoco lo descarté.
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Más de lo que ves © [EN EDICIÓN]
Ficción General«Hay personas que nacen y uno sabe que serán grandes. Esa clase de personas que no hace falta ser un genio para notar la grandeza que les espera. A veces pienso que Sergio era uno. Al extremo opuesto de esa línea, estaba yo. Son por esas cuestione...