Habían pasado casi dos semanas desde aquella llamada cuando el teléfono de casa sonó.
Yo estaba en la ducha. Anita cocinaba algo que olía delicioso -por supuesto-. Para ese momento, casi había logrado superar las consecuencias de las decisiones de mi pasado. Escuché los golpes en la puerta, la voz de Mateo anunciaba que la llamada era para mí. Me extrañó, no era normal que alguien me contactara por teléfono en vez de por el celular un sábado, pero tampoco era imposible, por lo que salí de la ducha, me envolví en mi bata favorita, para después salir del baño y atender la llamada. Le sonreí a Mateo por haberme avisado y no fue hasta que entré a mi habitación para cambiarme que me llevé el auricular al oído.
-¿Hola?
-Lorena, soy Sergio... ¿Cómo estás? -Alejé el teléfono de mi oreja, miré el aparato como si me pudiera confirmar que lo que escuchaba era cierto y lo volví acercar a mí- ¿Estás?
-Sí, perdón, acá estoy. Perdón, es que no me esperaba esto. ¿Cómo conseguiste el número? -pregunté más por curiosidad que por otra cosa. Seguía anonadada, sin poder creerme que esa llamada fuera real.
-El identificador de llamadas. El número queda guardado cuando alguien llama a la oficina -respondió y yo asentí como si él pudiera verme. No respondí porque no sabía qué decir, o mejor dicho tenía miedo de lo que pudiera decir.- Yo... Bueno... -suspiró-, te quería pedir perdón.
-No hace falta, entiendo que habrá sido una sorpresa y seguro que no es la mejor forma de enterarte que sos padre, pero no tenía el tiempo de ir hasta allá.
-No es por eso nada más que llamo. Mirá, la verdad que sí me sorprendiste, nadie se levanta pensando «hoy me van a decir algo que me podría dar un infarto». -Sonreí un poco, era bastante desconcertante reconocer al viejo Sergio en su forma de hablar, el Sergio que mi yo de diecinueve años conoció y del cual se enamoró.
-Me imagino que no -acepté con una pequeña sonrisa. Tuve que sentarme en la cama porque de repente todo parecía demasiado surrealista.
-Escuchá -habló, más serio-, te llamo porque ese día me porté como un idiota con vos, sí me hubiera gustado enterarme antes y de otra forma, pero no te puedo echar todo el bardo a vos. Por eso te pido perdón también, porque si no fuiste capaz de hablar conmigo antes es porque me lo busqué. No tendría que haberme ido como me fui, tendría que haber enfrentado las cosas a la cara como hombre en vez de desaparecer como el cobarde que fui.
-No hace falta...
-Sí hace falta, así que aunque llegue quince años tarde, te pido perdón por cómo manejé las cosas, Lore. Fui un imbécil, esa es la verdad. No creo tener ningún derecho de querer volver a ser parte de tu vida, pero... pero capaz, capaz todavía no sea demasiado tarde con mi-mi hijo, ¿no?
Hablar fue una tarea imposible por varios minutos, y aunque traté de no permitir que mis emociones se apoderaran de mí en ese momento, no pude hacer nada contra las lágrimas que cayeron por mis ojos.
Justo en ese instante, el peso de la culpa por ocultarle la verdad a Mateo y a Sergio por más de diez años, se disolvió, dejándome ahí sentada con la sensación de estar flotando, liviana, en paz. Libre.-Te perdono -respondí al fin, asombrada por cómo tanto podía cambiar con tan poco. Supe sin que nadie me lo dijera, que ese era solo el inicio de un nuevo ciclo. Uno mejor.-. Y no, no es tarde. Nunca es demasiado tarde para intentar arreglar nuestros errores.
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Más de lo que ves © [EN EDICIÓN]
General Fiction«Hay personas que nacen y uno sabe que serán grandes. Esa clase de personas que no hace falta ser un genio para notar la grandeza que les espera. A veces pienso que Sergio era uno. Al extremo opuesto de esa línea, estaba yo. Son por esas cuestione...