Cuando Mateo cumplió un mes de vida, decidí que ya era hora de llevarlo a conocer a las chicas, sobre todo a Sarita, quien llamaba a diario para saber cómo estábamos. Agradecí la discreción de todas, sabía que de seguro se morían por conocerlo, pero mi lado sobreprotector, y está bien, un poco paranoico, me hizo evitar salir demasiado con mi bebé al exterior. Preferí quedarme todo lo posible en mi burbuja de madre ermitaña, pero no quedó de otra que volver al mundo real.
Decidida a socializar un poco me vestí, luego lo puse bien guapo y junto a Anita recorrimos el camino de siempre hacia el viejo teatro.
Se sentía diferente, como si en ese tiempo en el que mi universo se redujo a las necesidades de mi hijo, el mundo hubiese cambiado de alguna manera elemental. La verdad era que la única que había cambiado era yo. El resto seguía en sus carreras detrás del dinero, fama o lo que sea que ocupe un lugar alto en su corazón. Era mi mente la que había cambiado de una forma elemental, era yo, y eran mis ojos y no los del resto, los que tenían una nueva visión de la vida.Y me pareció perfecto, ser yo quien cambie, ser yo quien se fije en los detalles, en decodificar la información que llegaba a mí de una forma diferente. Porque era yo quien decidía mi vida y no los otros, por lo que comprendí que ese cambio en mi interior era bueno y necesario para dejar ese pensamiento egoísta que delegaba en las manos del resto mis acciones y decisiones. Si quería ver un cambio, entendí, tendría que ser yo quien cambiara primero.
Fue bueno haber salido con pañuelos de casa, porque en cuanto llegué y todas gritaron felicidades y vi lo que habían preparado para mí bebé y para mí, toda la comida, el esfuerzo en la decoración y demás, no pude contener las lágrimas de emoción que se filtraron por mis ojos.
Recibí muchos abrazos, varios regalos y muchos halagos hacia mi hijo. Estaba tan feliz, tan agradecida. Habían trabajado entre todas nada más que por mí y eso hizo que mi interior se llenara de calidez y mucho, mucho amor. Todo lo que siempre había querido, estaba justo ahí: mi propia familia. Puede que no la que me había planteado al inicio de toda esta aventura, pero sí justo la perfecta, la que mejor me quedaba.
Vi a mi hijo pasar de brazo en brazo, con sus grandes y hermosos ojos claros atentos a todo, vi a Sara intentar monopolizarlo y varias chicas pelearse para ser la siguiente en apachurrarlo.
Mateo se portaba paciente, como si de alguna forma supiera que esa gente ahí reunida fue determinante para su futuro, para que su existencia fuera una realidad.Un poco alejada, recargada en una mesa con comida de varios tipos, me permití disfrutar de ese momento.
Me permití sonreír despreocupada, como una mujer de veintitrés años común y corriente, como una joven que había luchado y había vencido. Sonreí al saborear la victoria, que para ser exacta tenía gusto a hamburguesa, pero eso se podría deber a lo que había comido hace un rato.Dos chicas se volcaron gaseosa en la ropa por pelearse por mi hijo y yo estallé en carcajadas. Me reí tanto que me faltó el aire, me reí desde el fondo del alma con esa risa que cosquillea en el estómago y acaricia el corazón. Un acelerado corazón que me recordó con su latido lo maravilloso que era estar viva en ese instante, justo en esa instancia de mi vida. Era feliz. Y si la simpleza de mi existencia se debía nada más que para vivir esos escasos segundos, pues entonces no me podía quejar, ya que la felicidad no era algo para despreciar, ni siquiera para acostumbrarse; la felicidad se debe disfrutar y nada más, entonces esos recuerdos te mantendrán de pie en los tiempos difíciles.
Claro que la vida no fue perfecta. Ser madre soltera es un trabajo de tiempo completo, algo que ocupa toda tu mente, que revuelve tus prioridades y te reinventa como persona.
A veces, al pasar por una tienda de ropa para mujer seguía de largo hasta que veía alguna prenda para niños y mi mente se imaginaba a Mateo vestido con esas tiernas ropitas para bebés. Cualquier cosa que pudiera hacer feliz a mi hijo llamaba mi atención, nada era más importante.
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Más de lo que ves © [EN EDICIÓN]
Ficção Geral«Hay personas que nacen y uno sabe que serán grandes. Esa clase de personas que no hace falta ser un genio para notar la grandeza que les espera. A veces pienso que Sergio era uno. Al extremo opuesto de esa línea, estaba yo. Son por esas cuestione...