Capítulo 24: el principio que no parece principio

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Existen algunos principios que no parecen principios a simple vista.
Uno los ve y los vive sin percatarse que toda una multitud de caminos y bifurcaciones se habían extendido ante nosotros antes de tomar el sendero elegido; y en toda esa infinita fama de posibilidades, el camino escogido se convierte en algo nuevo, algo que ve el mundo por primera vez, como una mariposa saliendo de su capullo después de su transformación.

Me gusta pensar que antes de conocer a Emanuel yo misma era esa mariposa, envuelta en un capullo, en mi propio universo con sus propias reglas y fallas, como la matrix. Entonces, conocerlo fue como tomar la píldora roja y ver ante mí un mundo nuevo, por completo diferente al que conocía o creía conocer, aunque no podría decir que mejor.

Hay principios que inician sin que nos demos cuenta, pero eso no nos detiene de vivirlos. Puede que por eso mismo no seamos capaces de percatarnos de sus inicios, pero he ahí el verdadero milagro; conocido o no ese nuevo camino, nuestros pies los recorren con valentía, y yo siempre creeré, que en parte, eso nos hace humanos. Después de todo, somos las únicas criaturas conscientes que caminan aún en la incertidumbre, aún sin saber si el recorrido continuará después de la esquina.
Pero caminamos porque el detenernos no es opción y esa es, para mí, la gran verdad detrás de los inicios que no parecen inicios: no los vemos no porque no queremos, sino porque creemos.

***

Después de una hora donde el doctor Rivera me hizo millones de preguntas de toda clase, salimos de su consultorio. Él mismo nos guio hacia el alto escritorio de su secretaria, para después dejarle dicho que nos anotara para la próxima semana a la misma hora. Florencia sonrió tensa y asintió sin decir una sola palabra. Admito que me sentí bastante satisfecha con eso, le volví a agradecer a la única balsa salvavidas que tenía en ese momento y nos fuimos. Mateo esta vez no me pidió que lo alce por lo que llegamos a la parada sin problemas, el libro en sus manos volvió a ser el mejor objeto del mundo una vez que los lápices y las hojas ya no estaban disponibles. Un dibujo dentro de sus páginas lo hacía más valioso según sus propias palabras.

Cuando llegamos a casa Anita me interrogó ansiosa, no quedó nada sin ser cuestionado. Su emoción era contagiosa, por lo que también me sentí emocionada. Emocionada y nerviosa, nerviosa y asustada.
Deseaba con todo mi ser que todo ese viaje llevara hacia algún lado.

Mateo fue directo a su habitación y lo vi sentarse en la alfombra con su libro. Sonreí por eso, había sido una muy buena compra. Todo el camino a casa se la pasó preguntándome qué significaba esto o aquello, por qué decía tal cosa y quién era esa persona. Más de una vez tuve que fingir saber quiénes eran los pintores que mencionaba el libro, pero fue una de las charlas más largas que había tenido con mi hijo hasta entonces. Fue cuando descubrí que era algo que en verdad la gustaba, y que tal vez no todo era debido a su curiosidad y ganas de saber. Tal vez era algo más, algo sobre el arte y sus intrincados significados lo que le llamaba tanto la atención.

Comimos en un ambiente sereno. Anita y yo escuchábamos atentas todo lo que nos contaba, sobre lo que había aprendido, las nuevas palabras que conocía ahora, los dibujos que había visto y los colores que lo componían. Eran pocas las veces que se lo podía ver tan emocionado por algo, por lo que lo disfrutamos como se disfrutan esas pequeñas bendiciones que uno recibe de sorpresa: con una sonrisa y un corazón agradecido.

La semana pasó en un torbellino de tareas y cuadernos por corregir, idas y venidas al jardín, reuniones con padres, reuniones con directivos; la vida continuaba su ritmo habitual le gustara a quien le gustara, con o sin nuestro consentimiento.

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