Los días se sucedieron en un borrón de libros, almuerzos nutritivos y mucho sueño.
Lo mejor de vivir con Anita era que me motivaba a no quedarme quieta, a estar en movimiento y eso ayudaba a no pensar tanto en temas donde no quería abordar. El innombrable todavía era uno de esos temas, por lo que el trabajo extra no me supuso nada negativo.
Por supuesto, las mejores cosas de vivir con Anita, claro está, era la maravillosa comida que yo con todo el gusto del mundo engullía como desesperada.Exactamente una semana después de la llegada de mi salvadora, recibí un mail. Entre todas las cosas de la facultad y publicidades, casi lo pasé de largo, pero entonces el remitente llamó mi atención con un apretujón doloroso en mi pecho.
Tiene un nuevo mensaje de:
sergiock.abogado@gmail.comNo sé cuánto tiempo pasó antes de que me sintiera lista para abrirlo.
Estaba en un receso de la facultad, en una computadora de la biblioteca para revisar información y de paso abrí mi correo. Era lunes y yo, como la gran mayoría de la población humana, odiaba los lunes, por lo que ese correo no hizo nada por mejorar mi ya de por sí ciclotímico humor.
Al final suspiré y apreté para leerlo.
Y no sé por qué me sorprendió su contenido.Capaz te preguntes, ¿qué pudo haber escrito? La respuesta es simple: nada.
De verdad, nada. No había un hola, ni un buenos días, ni siquiera un adiós.
Su único contenido eran varios archivos adjuntos. Nada más. Básicamente, era como un resumen de todo lo que era en ese momento él para mí, un mensaje sin nada dentro.
Un mensaje sin mensaje que dar.
Abrí los archivos y cuando entendí lo que significaban me enojé, peor que eso, mi enojo se fundió con la indignación y formó un cóctel explosivo en mi interior que parecía a punto de estallar por mis orejas.
Sentía el calor en mi cara y mi cuello.
¿Cómo se atrevía? ¿¡Cómo?!Ahí, en ese estúpido correo sin nada para decir, había un montón de archivos adjuntos que básicamente decía que yo era la nueva dueña de ese departamento. Estaba a mi nombre, y al parecer, podría haber hecho lo que quisiera con el lugar porque de seguro le importaba tres carajos si lo prendía fuego o fundaba un club de ajedrez para desnudistas.
Y ni siquiera sabía de dónde salía ese pensamiento tan absurdo. Me decantaba más por la idea de ver el maldito departamento arder en llamas. Empezaba a darme cuenta de que tal vez vivía una pequeña piro maníaca en mi interior, pero con gusto la hubiera dejado en libertad si el imbécil al menos hubiera dejado alguna pista de su paradero, para al menos así mandarle una caja con explosivos falsos o lo que sea que lo haga hacerse en sus caros pantalones de diseñador.El problema no estaba nada más en el escueto, por no decir inexistente, mensaje, sino en que el idiota otra vez intentaba solucionar las cosas con su estúpido dinero. Porque yo sabía la verdad, y es que no intentaba saldar alguna deuda o calmar la voz de su conciencia; la verdad, la dura verdad, era que su estatus como un importante abogado exitoso no se podía dar el lujo de que alguna noticia sobre una ex loca saliera a la luz.
Nada más que egoísmo lo movía.Me di cuenta que apretaba mis manos de una manera peligrosa porque sentía el dolor extenderse hasta mi ante brazo. Respiré hondo y me dediqué a calmar el volcán de insultos que exigía salir por mi boca, pero el culpable no estaba ahí para escuchar, por lo que fui hasta la próxima clase y me esforcé el triple para mantener la atención en la materia y no en el mail que no eliminé por puro masoquismo.
No funcionó, tuve que pedirle los apuntes a un chico que me sonrió demasiado y al que dejé con la palabra en la boca cuando prácticamente salí corriendo de ahí.Cuando Anita leyó cada archivo en la vieja compu de la casa me dijo que tenía una amiga que si no recordaba mal sabía del tema. La iba a llamar y me pidió que ya no me hiciera mala sangre por el innombrable y que le dejara a ella que lo resuelva. Lo permití porque confiaba en esa mujer más que en mí misma, y porque ya no quería tener que saber más nada sobre Sergio, correos vacíos y casas.
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Más de lo que ves © [EN EDICIÓN]
Ficción General«Hay personas que nacen y uno sabe que serán grandes. Esa clase de personas que no hace falta ser un genio para notar la grandeza que les espera. A veces pienso que Sergio era uno. Al extremo opuesto de esa línea, estaba yo. Son por esas cuestione...