Capítulo tres

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Lizbeth lloraba en silencio junto a Valeria en el aeropuerto de Miami, su vuelo salía dentro de una hora y debía embarcar. Su hija la miraba sonriente desde su sillita cedida por la aerolínea, completamente ajena al gran cambio que se avecinaba. Había sido toda una sorpresa y tres días más tarde, con una maleta grande cargando toda su vida estaba dispuesta a progresar. Su cuerpo temblaba ligeramente presa del miedo a lo desconocido, su inglés era bastante básico y vivir en Miami no le había ayudado mucho, tenía miedo de perderse o quizás hacer el ridículo delante de su nuevo jefe y perder así, una gran oportunidad laboral. O incluso, terminar muerta o en una red de prostitución...

Eso la hizo retroceder unos pasos.

—Estoy nerviosa amiga...Esto no parece lo correcto.

—Sube a ese avión, te veré en menos de lo que esperas...Tienes mi mail —Su amiga asintió en respuesta—. Mi número de celular, el del hospital, también la dirección de mi casa y un mapa de cómo llegar. Apenas llegues, llámame para que me quede tranquila, ¿sí? Te voy a extrañar amiga...

—Sí, estamos a veintisiete horas en tren...o a tres horas en avión. —Esto último Liz lo dijo de broma ya que ella no podía permitirse viajar en avión, su amiga se rio pegándole en el brazo de manera cariñosa.

Ambas jóvenes se abrazaron con nostalgia y Lizbeth se dirigió a la fila con su hija en una mano y la maleta en la otra bajo la atenta mirada de su amiga. Su visado a punto de expirar, su última oportunidad.

Al pasar no le revisaron la maleta y tampoco le hicieron sacarse los zapatos pasados de moda, en ese pie tan diminuto no se puede ocultar nada, había bromeado el guardia junto a su amigo, la joven había sonreído sin entender nada.

Dos horas más tarde Lizbeth despegaba en primera clase completamente acomplejada, sudorosa y con su estómago hecho un nudo. Mujeres con exquisitos perfumes y caros trajes estaban al otro lado del amplio pasillo, acompañadas de hombres jóvenes y guapos con pinta de no haber pagado nada en su vida y además, estaba sentada en un asiento más grande que su sofá.

Estaba claro, su jefe era un narcotraficante.

Se echó a reír algo nerviosa por lo bajo, negando, eso era imposible.

Extrañamente en su fila no había nadie. Una azafata perfectamente peinada, con un exquisito perfume y luciendo como una modelo, pasaba cada poco tiempo para comprobar si necesitaba alguna cosa u ofrecerle algo de picar para ella o su bebé. Emma no tardó en llorar debido a la presión, ganándose varias miradas odiosas de las ricas mujeres pero se calmó en cuanto la azafata trajo a modo de regalo un bonito peluche de un oso pardo con una bonita camiseta con el logo de la aerolínea.

A pesar de que el ambiente estaba bien acondicionado y no había dormido las últimas veinticuatro horas Liz resistió las ganas de dormirse y se dedicó a mirar por la ventanilla o pasear con Emma en brazos por el pasillo intentado que durmiese. Las dos horas siguientes pasaron de manera lenta y tranquila y cada vez que se giraba sentía a las azafatas cuchichear entre ellas, eso le pareció extraño. ¿Qué clase de jefe le paga a su empleada doméstica un vuelo en primera clase en un avión ultra lujoso? Eran muchos dólares para su pobre bolsillo.

Casi no sabía nada de su nuevo jefe, salvo que era un hombre de negocios con una casa situada a las afueras de Nueva York, era un completo desconocido. El ama de llaves con un acento un tanto americanizado pero con aún ciertas raíces latinas le había hecho la entrevista vía telefónica, ¿no debería haberla llamado una secretaría o algo así?

Pero contra todo pronóstico y ante su negatividad, al parecer había pasado con éxito la entrevista y la esperaban para darle una pasantía en donde le explicarían el funcionamiento de sus tareas, ya que su puesto requería que viviera permanentemente en la casa. Esperaba que su jefe estuviera al tanto de la llegada de Emma, no se quedaría en ningún trabajo en donde no aceptaran a su hija como tantas otras veces había hecho.

Grizzly (Parte I) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora