Capítulo siete

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Grizzly estaba cansado, no sentía los dedos de sus pies y sentía un ligero mareo, ese maldito hombre se había tirado al mar pensando que no lo podrían atrapar allí, que equivocado estaba. Atraparlo no había sido difícil, pero nadar hasta la orilla con un hombre inconsciente de casi ciento cincuenta kilos había requerido de toda su energía. Maldito estúpido. Había vuelto solo dejando a sus hombres hacer el resto, demasiado cansado para lidiar con una muerte más en el día. Realmente solo quería llegar y dormir, mañana se lo tomaría libre.

Parecía un jodido maricón, estornudando y moqueando durante todo el maldito camino de vuelta.

Subió la temperatura de la calefacción pasando una mano por sus pantalones mojados al igual que su camiseta y sus zapatillas.

Cuando estaba entrando pudo ver a los guardias de la puerta comiendo lo que parecía una magdalena o algo así, se acercó con el coche a uno de ellos y bajó la ventanilla.

- Buenas tardes señor. -Uno de sus guardias hizo una mueca e intentó disimular su boca llena de comida.

- ¿Qué estás comiendo? -Frunció el ceño examinando el pastelillo, parecía una magdalena o lo que quedaba de ella.

Su guardia parecía un jodido hámster.

-La...La señorita Lizbeth señor -pudo ver tragar con dificultad la gran masa que tenía en su boca-. Nos trajo algunas magdalenas recién horneadas, los ha repartido por toda la finca.

¿Qué ella qué?

NOS ESTÁ AMARICONANDO A LOS GUARDIAS.

Era lo que le faltaba.

Asintió metiéndose de nuevo en el coche y siguió su camino hacia su hogar, efectivamente su ama de llaves había repartido magdalenas a todo el mundo, de repente aquella tensión volvió con fuerza y chirrio su mandíbula molesto.

Lo siguiente será reunirlos a tomar el té, pensó mientras aparcaba en frente de la casa. Hacía tan solo dos meses había mandado instalar una gran fuente en el medio para así darle un toque de distinción y masculinidad a su aparcamiento. Ahora sus guardias comían pastelillos mientras él no estaba, genial.

Entró en la casa suspirando para encontrarse directamente en la mitad del pasillo que conectaba la cocina con el salón al pequeño cachorro de su ama de llaves. La niña estaba sentada jugando con algunos cuadrados con letras algo gastadas y a su lado estaba un pequeño oso tirado. Max dejó en silencio sus cosas en el suelo sin apartar su vista de ella, la niña lo miraba fijamente notando su presencia y de repente por su cara pasó una gran sonrisa.

-Grizzly.

Sus ojos se abrieron más de lo normal, la niña lo había dicho claro, en un inglés muy infantil pero la palabra había sido clara.

- ¿Emma? ¿Con quién...? -La joven hablaba en castellano mientras salía abruptamente de la cocina con sus manos mojadas y miró hacia donde su hija miraba, dando un respingo-. Oh señor Woods, b-buenas tardes.

Él despegó los ojos de la niña para llevarlos hacia su madre y con una extraña mirada de confusión en su rostro.

-Hola... -Atinó a decir-. Yo...recién llego.

-Estar empapado... -Liz abrió grande sus ojos mientras bajaba la mirada por su cuerpo, sus ropas se pegaban dejando poco a la imaginación.

-Efectivamente -su mente se puso en funcionamiento rápidamente-. Me agarró la lluvia mientras volvía a buscar el coche, lo dejé aparcado demasiado lejos.

Podría escribir un libro con esa patética frase.

-Debería ir a cambiar, yo preparar sopa, toallas limpias en baño-ella asintió sonriendo cálidamente mientras volvía a la cocina, parecía creer aquella estúpida mentira.

Grizzly (Parte I) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora