Capítulo veinticinco

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Grizzly sonrió ampliamente con sus ojos fríos moviendo su cara de un lado a otro, evaluando a su presa.

Lluvia rojiza caía por la silla, perdiéndose en pequeños filamentos rojos hacia el suelo mojado, goteando lentamente una y otra vez.

POC.

POC.

POC.

POC.

Encendió un cigarro manchando el papel blanco de rojo entre sus guantes, mientras aspiraba sonoramente pasando su otra mano rápidamente, manchando su piel de la nariz también de rojo.
La sangre se convirtió en pequeños lagos aguados en el suelo, mientras se sentaba frente a la silla, dándo una larga calada, dejándose caer hoscamente contra el sofá de terciopelo negro.

La canción seguía sonando, en el viejo tocadiscos, girando una y otra vez. El aire estaba condensado, olía a húmedad, hierro y corrosión.

—Bam, bam, bam, bam... —Tarareó Grizzly el estribillo meneando su cabeza mirando hacia la nada, moviendo sus dedos en el aire haciendo caer la colilla de su cigarro al suelo.

Su sonrisa fue tan grande que su mejilla llena de cicatrices se deformó.

El hombre que estaba frente a él, tenía gruesas caderas alrededor de su cuerpo sentado, sus manos estaban maniatadas detrás de la silla, al igual que sus pies que se mantenían en cada pata de la parte frontal de la estructura que mantenía su peso.

¿Esa silla no había pertenecido a Maria Antonieta? Sí, creía que su padre la había comprado, el y su gusto por las cosas de gente muerta...

El hombre gordo se veía tan aterrorizado cómo una rata de laboratorio. Grizzly supuso que los grandes cortes en sus brazos desnudos, y su pecho, no ayudaban en nada. Tampoco sus dedos sangriento

—Verás Tony —Sonrió colocando su espalda recta contra el sofá y se cruzó de piernas, sin dejar de menear su zapatilla al son de la canción—. No suelo ser tan descortés, bueno, a veces. Pero creo que haberte cortado por todo el cuerpo, crea cierta... Intimidad entre ambos, ¿por qué somos amigos verdad?

Su sonrisa se amplió y alzó su cara, mostrando sus blancos dientes y sus ojos oscuros se clavaron en la cara del sujeto, examinándolo.

Sus pequeños ojos negros parecían dos guisantes en esa abultada cara grasosa, su papada era tan grande que Grizzly no sabía si aún habría un cuello debajo de tanta grasa. Su corte lucía demasiado moderno, algo que aquella bola de grasa de 60 años, ya no era. Uno de sus dientes era de oro, bueno, eso era bueno. Debía dar las gracias a Dios por proveer a mejorar su riqueza. Su panza era tan grande y dura que Grizzly pensaba que el maldito Alien saldría de allí dentro, habían necesitado dos pares de cadenas, por el amor a Cristo.

La puerta se abrió, mientras Grizzly se quedaba mirándolo, pero sus pensamientos parecían no estar allí.

Una mano tocó su brazo y una bolsa de McDonald's apareció a su derecha junto a un vaso de Coca Cola.

— ¿Lleva doble de queso? —Preguntó de repente frunciendo su ceño, poniéndose serio.

El tema del queso en una hamburguesa lo era. Nunca tenía suficiente queso.

—Si señor.

—Muy bien —hizo un gesto con su mano para que la persona que acaba de entrar se fuera.

Colocó la bolsa en su regazo sacándose sus guantes ensangrentados y dejó el vaso descartable a un lado, sonriendo cómo un niño en el día de navidad. Sacó su Cajita Feliz de la bolsa y miró un momento al hombre.

Grizzly (Parte I) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora