Capítulo ocho

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Grizzly se despertó varias veces en la noche encontrando a Liz envuelta entre sus mantas gimoteando, se destapaba y con ella también a su hija, con cuidado las volvió a cubrir varias veces. En medio de la noche Emma le había despertado y Liz se la había llevado al baño rápidamente, no había escuchado nada inusual, cuando ambas habían salido la niña estaba medio dormida nuevamente. Con pasos torpes volvió a subirse a la cama, cayendo rendida al lado de su hija. A las siete Max pudo escuchar la alarma del generador encendiéndose nuevamente, ya desvelado decidió bajar y prepararse un café mientras examinaba los últimos movimientos en la bolsa.

Sobre las ocho y media decidió subir con el desayuno de Liz y preguntarle que iba a desayunar la niña, sin embargo ambas aparecieron en la cocina sonriendo.

—¿Desayunar? —sonrió ella adentrándose en la cocina con la niña en brazos.

—Claro...

Sentó a Emma un momento en el suelo mientras preparaba su desayuno que consistía en una papilla de cereales y galletas trituradas, trozos de naranja sin pepitas y sin piel y un gran biberón de agua. Una vez listo ella lo llevó a la mesa, tomó a la niña en brazos y se sentó a un lado de la isla, comenzando su desayuno. Una vez más Max pensaba como se las ingeniaba para desayunar y darle el desayuno a su hija al mismo tiempo.

—Está...rico —ella parecía buscar la palabra que había dicho en castellano para traducirlo al inglés—. Me gusta, delicioso...

—Me alegro... —susurró él mientras tomaba de su café mirando la tablet cuándo el timbre sonó.

—Yo abrir, ser Nana —Susurró una muy sonriente Liz limpiando la boca de su hija dirigiéndose con ella en brazos hacía la puerta.

Max estaba por decirle que no hacía falta siguiéndola, era malditamente rápida.

—Buenos dí... —Liz abrió la puerta confiada sonriendo, cuando un gran hombre, con cara de pocos amigos la miró.

Su aspecto era peligroso, su barba parecía de varios días y su olor indicaba que no se cuidaba lo suficiente. Tomó a su hija más fuerte entre sus brazos borrando su sonrisa del rostro. Su instinto le decía que aquel no era un buen hombre.

—¿Quién es...? —Grizzly venía sonriendo cuando de repente vio al hombre, su cara se transformó inmediatamente.

No tenía ni idea de quién era ni lo que hacía en su puta puerta mirando a Lizbeth como si fuera un pastelito dispuesto a comérsela.

—Ven aquí cariño —la voz de Grizzly salió fuerte y autoritaria mientras se acercaba rápidamente con cuidado de no revelar el nombre de la joven.

Ella obedeció y se dio la vuelta poniéndose tras él, demasiado asustada como para reparar en su nuevo apodo, el color se había ido de sus mejillas.
Se acercó con pasos seguros hacia la puerta clavando su mirada en él, reparó en que los ojos del sujeto viajaron primero a ella, luego a su hija y por último a él. Ágilmente se puso en la puerta tapándolas con su gran cuerpo, protegiéndolas.

—Ve a la cocina, estaré contigo en un momento —Él miró al sujeto sonriendo cínicamente aún con una voz extremadamente calmada.

Iba a matarlo.

A arrancarle los jodidos intestinos mientras estaba vivo, iba a joderlo tanto.

No tenía derecho a mirarlas.

No tenía derecho a hablar de ellas.

No tenía derecho ni siquiera a respirar el mismo puto aire que ellas.

Una vez se aseguró de que la joven no estaba allí volvió su mirada gélida al hombre, comenzando a hablarle en ruso, el habla normal en los bajos fondos.

Grizzly (Parte I) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora