Capítulo cuatro

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La lluvia impactaba en la tierra mojada, sobre paraguas vestidos de luto y se mezclaba con las lágrimas de los presentes.

Era un día gris en Portland, Maine.

El barro borraba las pisadas furtivas de la noche anterior colina abajo, arrastrando las pruebas del delito. A lo lejos Grizzly observaba la escena fumando mansamente debajo de su paraguas, tarareaba una canción de AC/DC mientras sonreía de medio lado. El cajón con el muerto bajaba sigilosamente, enterrando sus miserias con él. El cemento comenzó a cubrirlo casi desafiando su paciencia, pasados los minutos algunas personas comenzaron a dispersarse debido a que la lluvia se hacía cada vez más fuerte. Ya solo quedaba la viuda junto a su hijo mayor esperando a que terminaran de llenar la fosa, era buena cosa que eligieran poner cemento en vez de tierra, ahora nunca podrían encontrarlo. Tiró el cigarro al suelo aplastándolo con sus zapatillas mientras entraba de nuevo en su coche dejando su paraguas mojado a un lado.

No había disfrutado tanto de este asesinato, no es como si fuese un sicario pero era un favor personal a un gran amigo. Lo que le había molestado sin duda era el tipo, había llorado como toda una puta hasta el último segundo de vida, malditos políticos corruptos. Odiaba que hicieran eso, pidiendo piedad cuando con sus víctimas no contemplaron esa idea; sin embargo él, era cómo el karma, les recordaba sus males aunque supusiera cargar otra muerte a su pesada mochila. Ahora, descansaba eternamente bajo la tumba de aquel anciano que había muerto de un infarto, nadie lo echaría de menos de todas formas.

Sonriendo puso en marcha el coche dejando atrás el cementerio y al pobre diablo en él.

Quinientos mil dólares habían sido ingresados en su cuenta una hora antes luego de confirmar la muerte del sujeto, ya planeaba en que invertir ese dinero y feliz partió hacia Nueva York nuevamente, durante las seis horas que duraba el viaje de vuelta hacia su hogar Max tuvo mucho en lo que pensar.

Había sido buena idea huir al día siguiente de la llegada de la nueva inquilina con su pequeño regalo, no podía soportar estar cerca de un niño y mucho menos de una niña. El tener cicatrices en la cara, tampoco ayudaba en nada, eso provocaba más llantos por parte de los pequeños que tenían la desgracia de cruzarse en su camino; malditos y odiosos niños. Y bueno, de repente aparecía aquella mujer con esa cachorra humana, haciéndolo sentir incómodo en su propia casa. Max estaba furioso y planeaba despedirla pero la noche pasada mientras leía las anotaciones de Nana se dio cuenta de que no podría hacerle eso a una mujer que había pasado por tanto... Podría despedirla, no tenía experiencia alguna previa siendo ama de llaves pero algo o mejor dicho alguien le impedía hacerlo... Grizzly.

Max rodó los ojos burlándose de la compasión de su otro yo mientras aceleraba, a veces lo único que lograba hacerlo sentir vivo era las altas velocidades, era por ello que amaba las carreras; no obstante por Nana había dejado de asistir a dichos encuentros pero ahora que Nana se iría, podría volver a los andares. Un vicio era un vicio.

Quizás podría morir...

—Como si alguien nos fuera a querer con esta pinta —se dijo, mirándose por el retrovisor mientras volvía su vista hacia la carretera colocándose su capucha.

Él era un monstruo y amaba serlo.

🐻🐻🐻

Lizbeth estaba siguiendo a Nana por toda la casa, esa mañana el señor Woods, su nuevo jefe, se había marchado en la madrugada y la casa estaba vacía a excepción de Nana, que le enseñaban las distintas habitaciones y las funciones que tendría que cumplir de acuerdo a lo estipulado a su contrato que había sido firmado esa misma mañana.

Liz estaba un poco preocupada, ¿estaba tan ocupado su jefe que no tenía cinco minutos para entrevistarla formalmente y hacerla firmar su nuevo contrato? ¡Iban a vivir bajo el mismo techo por Dios! No sabía si ella era una loca, una psicópata o una busca fortuna... Aquel hombre era demasiado confiado.

Grizzly (Parte I) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora