34

226 28 5
                                    

OWEN

Es una debilidad. Kendall es mi puta debilidad, lo tenía claro.

Desde el momento en el que decidí marcharme a Washington con mi madre, sabía que esto no sería fácil, aunque tampoco pensaba que fuese así.

Han pasado seis meses y nada en mí ha cambiado, sigo estando loco por ella incluso sin poder evitarlo. Estos meses atrás han sido muy duros, más de lo que imaginaba. Mi mente se transportaba todos los malditos días a ella y mi cuerpo no era menos, sentía una necesidad detenerla cerca. Cada día que pasaba se me hacía más y más difícil. Millones de veces se me ha ocurrido llamarla para poder escuchar su voz por un segundo, intentar contactar con ella como sea, bien por vía carta o incluso haberme atrevido a viajar a San Francisco antes, pero cuando se me ocurría todo esto, siempre venía acompañado de que estaría muchísimo mejor sin mí y de ello estaba seguro.

Lo que me ha traído de vuelta es mi cabeza, el hecho de poder pensar que puede llegar otra persona y arrebartarmela, no lo soportaría. Me he cansado de ser un puto cobarde. Tengo que ir a por lo que un día intentó ser mío, pero nunca se logró al cien por cien. Prefiero arriesgarme a quedarme con la duda de que podría haber pasado. ¿O acaso tú no lucharías por lo que te hace feliz?


En la cocina de la casa de Dylan me dispongo a preparar snacks para sacarlos al jardín ya que Alex me los ha pedido, y eso hago. Mientras los estoy cogiendo de la encimera en la isleta, un olor muy peculiar me pega de golpe recorriéndome todo el cuerpo, incluso consiguiendo que mi piel se erice. Un aroma que me transmite hogar, un hogar en el que me quedaría toda mi vida viviendo ahí. Aún estando de espaldas a la puerta sé de quien proviene aquel olor y es lo que estaba deseando sentir desde hace bastante tiempo. Una mirada intensa atraviesa la mía cuando puedo darme la vuelta, mi mente se queda bloqueada y sé perfectamente de quien se trata. Kendall, joder. Estás preciosa.

Y te sonará raro leer que el corazón nunca me ha latido a esta velocidad por ninguna chica, pero es que es así. Así es ella. Única, especial y diferente.

-Puedes entrar a la cocina, no voy a comerte -le digo al verla petrificada en la puerta, mientras no puedo evitar pensar en todo lo contrario. Quiero comérmela, claro que quiero.

Se queda callada durante varios minutos sin decir ni una palabra. Sólo me mira de arriba hacía abajo y no tengo ni la menor idea de que estará pensando, pero me da la sensación de que nada bueno.

-Sólo venía a por esto -responde entrando a la cocina con paso despacio y señalando la botella de ron que hay justo al lado de mi brazo.

-Veo que el ser borde no era algo temporal -digo cuando se está marchando de la cocina con la botella en la mano, hasta que al escuchar aquello consigo que se de la vuelta. Puedo observar como su ceño está exageradamente fruncido. Como la echaba de menos.

-Yo también veo que tú el ser imbécil tampoco.

-Hey, que acabo de llegar. Tengamos la fiesta en paz pequeña.

A la misma vez que me encanta, me saca de mis casillas en dos segundos. Puedo ver su mirada fría. Una mirada que me congela en vez de derretirme, pero joder con esos ojos verdes, ¿quién sería capaz de no morir como lo estoy haciendo frente a ella?

Escucho como suspira para darse la vuelta e irse, supongo que con los demás. Me siento en una de las sillas altas que están situadas al lado de la isleta, necesito coger aire antes de salir al jardín. Sitúo mis manos sujetando mi cabeza, mientras que apoyo los codos en la mesa y respiro lentamente. Está jodidamente guapa, si antes ya lo era imagínate ahora, después de seis meses. Su melena negra y rizada está mucho más larga, tiene los rasgos del rostro mucho más marcados a como se los veía antes, incluso su piel es más morena. Aunque sigue siendo igual de pequeña y eso me fascina.

Que difícil es odiarte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora