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KENDALL

   El tiempo había pasado volando, entre fiestas y más fiestas con mis amigos, no me había dado cuenta de que ya había pasado un mes desde que Charlotte entró a mi habitación a entregarme la carta confirmándome de que me admitían en la Universidad de Psicología de San Francisco. Desde pequeña había deseado dedicarme a ser psicóloga.
  Mi psicóloga había sido un gran apoyo para mi ya que he tenido un pasado duro y le tengo completa admiración por lo increíble que era, además ese trabajo me resultaba de los más bonito, ayudar a quién de verdad lo necesita.

  En este último mes de vacaciones, a parte de salir de fiesta y aprovechar hasta el último segundo de mis geniales vacaciones, no he echo otra cosa que no sea mirar mi futura Universidad por Internet, el campus, la ciudad, el clima y rellenar papeles y formularios para que me pongan con una compañera de apartamento, o compañero, esa casilla opcional le dejé en blanco, no quise descartar encontrar a mi mejor amigo allí.

  En esta última semana, no he parado de hacer maletas y de recoger todo lo que quiero llevarme. Incluso fui con Zoe hace varios días de compras, ya que habíamos visto que la temperatura en San Francisco es fría, incluso en verano. Para mi sorpresa a ella también la habían admitido y no podíamos estar más contentas de compartir esta experiencia juntas.
  Zoe era una de mis mejores amigas, cuando llegué a Los Ángeles fue mi mayor punto de apoyo. Es alta, delgada y con el pelo castaño claro, sus ojos son enormes de color miel, y sus dientes están perfectamente alineados y blanqueados.

  Por fin, había llegado el ansiado día. Era hora de irnos cuando el timbre de casa sonó, al abrir la puerta vi a Zoe con todas sus cosas para guardarlas en mi coche y comenzar nuestro largo viaje de seis horas y media.

  -¡¿Quiénes se dirigen hacía San Francisco?! -dijo Zoe gritando histérica y a la vez alegre.

  -¡Las universitarias que tienes en frente! -respondí gritando aún más, tanto que mi padre se percató de que estábamos en la puerta chillando como locas y salió hacía nuestro encuentro.

  -Chicas, ¿nerviosas? -comentó mi padre emocionado, aunque quisiera fingir que estaba bien, vi que por una parte estaba triste por que me iba a otra ciudad lejos de él. Por otro lado, sé que tenía una felicidad tan grande como la mía en el cuerpo por esta gran oportunidad que iba a poder aprovechar.
  Para mi era un privilegio tener este futuro, ya que cuando vivía en Texas, era un sueño que nunca iba a hacerse realidad por temas económicos. Antes de que mi abuelo nos hiciera ricos dándole toda su herencia, mis padres no llegaban a fin de mes con sus sueldos y me había terminado acostumbrando a aquello, tanto que ahora estaba en una nube.

  -¡Mucho señor White! ¡Nerviosas y ansiosas por empezar esta aventura!

  -Venga, que os ayudo a guardar las últimas cosas en el coche para que no tardéis más, el viaje es muy largo y si os retrasáis más se os hará de noche -contestó mi padre cogiendo las maletas y las cajas empaquetadas de Zoe.

  -Papá que sepas que vendré para mi cumple, y quedan dos meses, así que en tan sólo dos meses me vuelves a ver la cara -dije sintiéndolo por él. Desde que se separó de mi madre estaba sólo, yo era su única compañía y me dolía volver a dejarlo sólo, aunque contaba con Charlotte.

  Despidiéndonos de él y de Charlotte empezamos nuestro viaje con destino San Francisco. Pusimos el aire acondicionado de mi coche y la música alta. Hacía pocos meses que mi padre me lo regaló, todavía me acuerdo cuando me hizo salir al jardín con una venda en los ojos que inmediatamente me quité cuando me avisó de que ya podía desprenderme de ella. Quedé paralizada en el momento en el que la venda calló y vi ante mis ojos el deseado Kia blanco que le pedí hacía unos años atrás. Era un blanco reluciente y lo envolvía un enorme lazo rosa. Fue una gran sorpresa, no sé como pude aceptarlo. Bueno sí, porque mi coche antiguo tenía veinte años, antes de tenerlo yo, lo tuvo mi padre y era una chatarra.

  El sol ya se estaba escondiendo cuando pasamos por el enorme puente de San Francisco, Golden Gate. Ya estaban todas las luces encendidas de la ciudad. Zoe y yo no podíamos dejar de asombrarnos ante lo que estaban viendo nuestros ojos, estábamos embobadas mirando por la ventanilla. Era como una ciudad de película.
  Había muchos rascacielos y las avenidas eran gigantes y espaciosas, donde cantidad de gente paseaba. Me dejó maravillada la cantidad de casas y edificios que había, todos tenían una forma, un tamaño y un color diferente. Aunque todavía no era de noche, la ciudad ya estaba iluminada por millones de luces.
  Me impresionó la todos los barrios que había, algunos contenían casas pequeñas o grandes, otros edificios enormes e incluso rascacielos con asombrosas vistas. Pudimos observar la playa a la distancia y se veía preciosa. El campus no estaba muy lejos de ella, a media hora en coche. Me encantaba ver y escuchar el mar, era algo que me calmaba.

  Encontramos el campus con el GPS, no tardamos en recorrer la ciudad hasta llegar allí. Cuando bajé del coche me quedé sin palabras. Me impactó ver el terreno.
  Había tres edificios juntos; uno especificado en letras, otros en ciencias y el último se orientaban a sociales. Mi caso era ciencias.
  Los tres edificios estaban rodeados por un inmenso jardín, donde el césped estaba muy bien cuidado y a las afueras del territorio de la Universidad, se encontraban los apartamentos. Pensar que iba a compartir cuatro años de mi vida en aquel sitio me llenaba el corazón de alegría.

  Nos habían dado la dirección de nuestros nuevos apartamentos y no estaban lejos el mío con el de Zoe. Por desgracia no nos había tocado en el mismo. Zoe y yo nos dirigimos con todas nuestras maletas y cajas empaquetadas al mismo edificio, pero ella iba a la tercera planta y yo a la sexta.

  La puerta del ascensor se abrió en la sexta planta, salí sola buscando la puerta que me habían indicado abajo. Tenía muchas ganas de conocer a la nueva compañera de piso.
  Entré e inmediatamente mi visión se fijo en el chico que cruzó la puerta del pasillo del piso con ojos grises. Espera un momento, ese chico me sonaba, lo había visto antes. Esos increíbles ojazos no era una cosa fácil de olvidar...
  ¡Maldita sea, es el chico guapo e imbécil del aeropuerto, el que me tiró al suelo rompiendo mis perfumes, echándose encima mía al ir corriendo, consiguiendo tirar mis maletas y hacerme daño!

  -No puede ser... Dime que tu no vives aquí, dime que no tengo que compartir apartamento contigo durante todo el año, dime que tu amiga está dentro y ella si es mi compañera, ¡no puede ser que mi compañero de apartamento seas tú! -dije nerviosa y él empezó a reírse a carcajadas mirándome asombrado. De repente caí en la cuenta de no haber rellenado la casilla del formulario de inscripción, justo el apartado de acompañante de piso, ponía que tachará si quería convivir con chico o con chica y la dejé en blanco. ¡Maldita sea Kendall!

  -Pero bueno, si es la maleducada del aeropuerto -dijo sonriendo, disfrutando de la situación y de mi cara de angustiada -. Sí, soy yo tu compañero de apartamento, y más te vale llevarnos bien pequeña, si no quieres tener problemas conmigo.

  -Lo único que vamos a tener tú y yo son problemas, y ni se te ocurra volver a llamarme pequeña, me llamo Kendall, Kendall White -dije intentando ocultar mi enfado al tenerlo enfrente y ver que me llamaba de ese apelativo tan descalificativo "pequeña".

  -Perfecto pequeña, como quieras. Yo soy Owen Nelson, encantado -respondió con una sonrisa picaresca en sus labios.

  No podía dejar de mirar sus peculiares ojos grises y su musculado torso, se le marcaban todos y cada uno de sus abdominales, lo podía admirar perfectamente ya que no llevaba camiseta. Llevaba unos pantalones negros de chándal que se le ajustaban a las piernas como un guante, era muy alto. No se por que razón me embobaba con sus ojos, eran increíbles, de un tono gris claro. Tenía una gran sonrisa, la pude observar cuando le estaba haciendo gracia verme histérica.
  Esto no podía estar pasando, sería un sueño, una pesadilla de la que tenía que despertar, tenía que despertar, ¡tenía que despertar! No... No despertaba, no me lo creía. Era realmente guapo, pero realmente estúpido. Había pasado con ese chico tan sólo cinco minutos y ya había echo que lo odiara. ¿Cómo iba yo a convivir un largo año? No pude evitar en ese momento querer volver al día donde rellené el maldito formulario de acompañante de piso y marcar la casilla de chica. Esto iba a ser peor de lo que imaginaba.

¡Muchísimas gracias por leerme! Espero que te esté gustando este poquito de novela que te muestro. Es una pequeña parte de mí bastante importante.  Yo ya me estoy enamorando de Kendall y Owen, ¿ y tú?
Sí quieres que siga publicando capítulos tan sólo tienes que darme un voto y si quieres consultarme algo, ¡comentame! Gracias una vez más❤

Que difícil es odiarte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora