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Jaebum dejó que el aire frío de la noche enfriara su humor. Sabía que aquello era una mala idea. Estaba bastante seguro. Ya hacía un buen tiempo que no se reunían, y aunque estuvieran ocupados, siempre pareció que esa no era la única razón. Ahora entendía que ya su amistad no era lo mismo. El único que seguía aferrado al pasado era Yugyeom, quien, en su ingenuidad, parecía no haber notado lo mucho que las cosas habían cambiado.

Aun no era tan tarde como para llamarlo una noche, y las solitarias paredes de su apartamento no se le antojaban como una compañía lo suficientemente agradable en ese momento.

Pensó en llamar a Youngjae. Seguramente aún no dormía, o, si lo hacía, aun tendría el sueño lo suficientemente ligero como para despertarse con su llamada. Su mano incluso llegó a rozar su teléfono dentro de su bolsillo, sin embargo, no lo sacó. Su vista se detuvo en un cartel de luces de neón rojas.

Nunca había visto ese lugar.

De hecho, si miraba a su alrededor, estaba seguro de que no había estado nunca por aquella parte de la ciudad. Era curioso, dado que él había vivido toda su vida allí.

-"Kammatthana"- leyó en voz alta, tratando de entender las letras en el cartel que indicaban el nombre del local. El lugar en general parecía tener un ambiente algo místico e indudablemente exótico. La entrada era más bien discreta, de no ser por el cartel, y las pequeñas decoraciones junto a la puerta de cristal ahumado, podría pasar desapercibido.

Su curiosidad, unido a los arduos deseos que tenía de no volver a casa, lo hicieron convencerse. No tenía nada de malo conocer lugares nuevos.

Abrió la puerta y enseguida un envolvente olor a especias y a incienso lo invadió, haciéndolo sentirse como si estuviera en un lugar completamente distinto. La iluminación era suave, casi onírica y todo estaba decorado con artesanías, cortinas de cuentas y otros adornos que le recordaban inevitablemente a los restaurantes tailandeses.

No había casi nadie, y la forma en la que estaba dispuesto el local, hacía que cada mesa se sintiera como un pequeño lugar privado. Ese era un sitio agradable para una cita, pero a Jaebum en esos momentos no le importaba. Solo quería sentarse a beber tranquilamente, olvidar un poco, y dejar que el alcohol lavara aquel nudo que tenía en su garganta desde que escuchó que Jackson y Mark se iban a casar.

-¿Puedo ofrecerte algo?- escuchó una voz a sus espaldas. El acento tailandés fuertemente marcado, pero el sonido suave y agradable simplemente parecía ir a juego con todo en aquel sitio. Se dio la vuelta, encontrándose con el dueño de la voz. Un chico delgado, vestido con una camisa roja, su cintura cernida con una especie de faja de tela a rayas grises y negras. Sus pantalones, también negros, dejaban adivinar una figura esbelta, de piernas largas y estilizadas. Su cabello castaño estaba arreglado con desenfado y su perfume parecía mezclarse con el olor a incienso como si la naturaleza hubiera diseñado esos olores para estar juntos.

-Solo quiero un trago.- contestó, después de notar que había estado unos incómodos cinco segundos solo mirándolo fijamente.

El chico no dijo nada y solo se dio la vuelta con elegancia, caminando hacia el fondo del local donde estaba la barra, adornada con luces negras que contribuían a hacer que toda esa penumbra fuera más interesante visualmente.

-¿Vienes solo?

Jaebum apostaría su brazo a que aquel chico era menor que él, pero no protestó al ser tratado informalmente. De cierta forma, las formalidades coreanas no parecían encajar con él, ni con ese aire tan especial que tenía.

-Sí.

-Entonces puedes sentarte aquí mismo.- le indicó uno de los asientos de la barra con una mano, a la vez que él daba la vuelta y se colocaba detrás de esta.- Espero que no te moleste que sea yo quien te atienda. Hoy estamos un poco cortos de personal.

Chance «JackBeom» ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora