5. No hay dias de paz

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Era sábado por la mañana cuando oí unos suaves golpes en mi ventana. Vanesa.

Cuando vives con alguien como mi padre, entiendes que es más fácil evitarlo a toda costa. Si ella tocaba la puerta y por alguna desgracia mi padre estaba cerca, las cosas no tardarían mucho en complicarse.

Me levanté de la cama con pereza y abrí la ventana para que pudiera entrar. Vanesa se frotó las manos para entrar en calor.

-Es increíble el frío que hace- me dijo- ¿Ya lograron juntar algo para una estufita?- me preguntó. Negué con la cabeza.

-Todavía no, lamentablemente creo que vamos a tener que pasar otro invierno helado- le dije. Vanesa suspiró con pena y me dió un beso en la mejilla.

-¿Quién fue el pobre al que moliste a golpes anoche?

-Un chico de nuestra edad- confesé, todavía me sentía contrariado acerca de nuestra pelea.

-¿En serio?- me preguntó Vanesa, sorprendida- eso no es normal.

-Lo sé. Además ni siquiera parecía del tipo que peleara, hasta iba de traje.

-¿De traje?- me preguntó, confundida. Asentí.

-Y una vez que le gané unos tipos de lo llevaron. Tenían piezas de ajedrez tatuadas.

Vanesa jadeó.

-Son mafiosos, Daniel- me dijo, asustada.

-Lo sé, Jonathan me lo dijo, ¿Crees que lo hubiera golpeado si supiera?- le pregunté con una sensación de impotencia creciendo en mi interior.

-¿Qué vas a hacer? Tomarán represalias- dijo mirando hacia la ventana nerviosamente.

-Puedo cuidarme solo- le dije. Vanesa me golpeó el brazo.

-No seas idiota- me regañó- Eres fuerte pero no eres a prueba de balas.

-No tengo miedo- le dije- No volveré al club en un tiempo, faltaré al colegio unos días, ya sabes, para pasar desapercibido.

Vanesa seguía con el ceño fruncido, no había manera de convencerla de que todo estaría bien.

-Tu pelo destaca demasiado- me dijo- espérame- me dijo y volvió a salir por la ventana.

Diez minutos más tarde, Vanesa estaba de vuelta con un frasco de tintura.

-¿Vas a teñirme?- le pregunté, sorprendido. Ella asintió y miró el elemento en sus manos con inquietud.

-Espero que mi madre no lo note.

-Vane, no quiero que te metas en problemas- le dije. Ella apretó la caja en sus manos y me miró seriamente.

-Vamos a teñirte.

Una hora más tarde ya no era más pelirrojo y mi cabello y cejas se volvieron un aburrido castaño oscuro. Suspiré mirando mi reflejo en el espejo. Al menos ahora no destacaba tanto.

Vanesa sonrió y me tomó del mentón para inspeccionarme el rostro.

-Te sienta demasiado bien el marrón- me dijo mordiéndose el labio- resalta tus ojos.

Rodé los ojos, fastidiado, no me gustaba haberme teñido el cabello. Pero era por mi bien y el de mi familia. No quería meterlas en mis problemas.

Vanesa se sentó en mi regazo y me acarició el rostro. Reí internamente, realmente le excitaba mi cambio de look.

Acaricié sus piernas y la atraje más a mi. Vanesa me besó con fiereza mientras se desabotonaba el jean.

-¿Tenes forros?- me preguntó levantándose mientras me sacaba el pantalón. Asentí y ella sonrió, hambrienta.

Nos encontrábamos acostados en mi cama bajo las sábanas cuando el celular de Vanesa comenzó a soñar. Me quejé cuando se estiró para agarrarlo, estaba demasiado cómodo con el calor de su cuerpo contra el mío.

Mi mejor amiga revisó los mensajes e hizo una mueca.

-Tengo que irme- dijo incorporandose. La tomé de la muñeca y la atraje hacia mi para besar su vientre.

-No te vayas- le dije. Ella rió.

-Emergencia de novio- me dijo comenzando a vestirse. Bufé y me levanté para vestirme.

Una vez que ambos estábamos vestidos, Vanesa pasó su mano por mi cuello.

-Te queda algo de tintura ahí- me dijo- deberías darte un baño, cuanto más tardes será más difícil de sacar. Y, Dani...ten cuidado- Vanesa me dio un beso y se fue por la ventana antes de que pudiera detenerla.

Una vez que se fue la casa volvió a sumergirse en su típico silencio, un silencio tan inquietante que uno se preguntaba si seguía vivo, si no había quedado congelado en el tiempo. Es por ello que me puse a escuchar música con mis auriculares, era la mejor forma de ahuyentar al silencio.

Ese fue mi primer error. Bajar la guardia.

Estaba acostado en mi cama, con los ojos cerrados y la música retumbando contra mis oídos, cuando logré distinguir un sonido en la distancia. No podía ser mi madre, ella trabajaba los sábados por la mañana y no había forma de que Fabián estuviera levantado, solía dormir hasta pasado el mediodía.

Abrí los ojos y me incorporé con la intención de revisar la casa, pero de pronto sentí un pinchazo en el cuello y antes de que siquiera pudiera procesar lo que pasaba, todo a mi alrededor comenzó a ponerse negro, hasta que me sumergí en el gran vacío de la oscuridad.

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