24. El alegre y el busca pleitos

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Cuatro días más tarde Bruno estaba de mejor humor. El primer día había intentado emborracharse pero se cayó al suelo y casi abre las heridas así que decidió dejar la bebida hasta estar un poco y mejor y, como era técnicamente mi jefe y tenía ganas de joder, me obligó a mi también a dejarla mientras él no pudiera. Entonces, en vez de beber, fumaba como nunca. Para mi sorpresa, Bruno no fumaba, de hecho, el olor le resultaba repugnante. Cuando le pregunté porqué respondió lo de siempre, no era su asunto.

Nos distrajimos con lo que pudimos. No podíamos salir ya que bastaba con que una sola persona cercana al círculo del padre de Bruno nos viera para exponernos y arruinar el plan. Bruno me explicó en mayor medida cómo funcionaban los bandos de su padre y quienes eran sus mayores socios. Había conocido a tres de ellos: Pablo, hombre tres y al que habían matado. El cuarto hombre cercano a su padre había sido el primero que Bruno visitó, al parecer había sido fácil convencerlo. Ellos eran los cabecillas, para explicarlo con mayor simpleza es como si Bruno Denver Padre fuera el Presidente, Bruno Denver Junior fuera el Viceprecidente y los otros cuatro fueran los Gobernadores. Según Bruno, quien controla a los Gobernadores controla al resto y por ello era tan importante tenerlos de su lado. Uno de ellos, Gabriel, había caído y Bruno supuso que entre hombre 2 y 3 (Ahora sabía que se llamaban Pablo y Damián) se habían dividido los terriorios del otro. El cuarto hombre, Manolo, era el menos allegado a su padre y, consecuentemente, su mejor aliado.

Todos los gobernadores ahora respondían a otro presidente, mejor dicho, a la Reina y Bruno sabía lo que eso significaba, pero debían ser pacientes, una mala jugada y todo podía irse a la mierda en un segundo.

Como decía, Bruno se sentía mejor el cuarto día de nuestra cuarentena y, por lo tanto, saqueamos las pocas botellas de cerveza que quedaban en la heladera decididos a emborracharnos.

No mucho tiempo más tarde, Bruno se reía como un loco. Yo lo observaba contrariado, puesto que nunca lo había visto de aquella manera. Se quedaba mirando un punto fijo como un bobo y de la nada comenzaba a carcajearse sin sentido. Al parecer era un borracho alegre. Uno siempre descubría lo más profundo de las personas cuando estaban borrachas.

Yo, al contrario, era un borracho agresivo, por lo que no tardé en empezar una pelea.

-¿Por qué te ríes como estupido?- le dije. Bruno me miró y volvió a reírse- basta, me molesta- contesté con fastidio.

Bruno me hizo el gesto de fuck you y comenzó a reír incluso más fuerte. Fruncí el ceño, ni siquiera sabía porqué reía. Nos encontrábamos sentados en el destartalado sofá de Vanesa, así que hice el amague de levantarme.

-Te quedas- me ordenó Bruno con una sonrisa de superioridad. Rodé los ojos.

-Lo que usted diga, mi Reina- contesté con tono de burla. Bruno dejó de reír. Lo miré y el frunció el ceño. Sonreí con malicia- ¿Qué pasa, mi Reina?

-No me digas así- escupió. El día y la noche en segundo. Incluso sus ojos se habían oscurecido, parecía una pantera a punto de atacar.

-Mi Rei...

No pude terminar la oración porque Bruno ya se había abalanzado sobre mí. Ambos caímos del sofá al piso y rodamos, yo solo intentaba sujetar sus muñecas para detenerlo, iba a a lastimarse el hombro si seguía así pero era increíblemente rápido. Me golpeaba en el pecho y en los brazos con fuerza y no había manera de frenar su ira.

Levanté mi pierna y roce su entrepierna con mi rodilla. Al instante Bruno se quedó helado mirándome y aproveché la oportunidad. Nos hice rodar de nuevo y ésta vez quedé sobre él, sus manos sujetas a ambos lados de su cabeza.

Bruno ya no reía, no decía nada. Podía ver como respiraba agitadamente y como un aroma a alcohol afloraba entre sus labios rosados.

Bruno debió usar sus poderes, por que de pronto él estaba sobre mí, sus manos sujetando mis muñecas. Podía apartarlo, lo sabía, pero por algún motivo no lo hice.

Bruno lucía increíblemente pálido alumbrado simplemente por la luz de la luna. Sus mejillas encendidas por el alcohol, sus labios húmedos, la camisa que le quedaba demasiado grande debido a su cuerpo pequeño...

Sin embargo, él fue quien me besó. Sus labios se posaron sobre los míos, tambaleantes, dudosos y permanecieron allí.

De nuevo, era su prisionero. No podía controlarme, no podía contrariarlo, no había nada que pudiera hacer para alejarlo de mi.

Y cuando sus labios comenzaron a moverse sobre los míos y su lengua se entrelazó con la mía y sus manos ágiles comenzaron a moverse por mi cuerpo, y su boca descendió por mi pecho y más allá tuve que admitir que tampoco quería apartarlo.

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