10. Cuesta abajo

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-No voy a hacerlo- le dije apartándolo y dirigiéndome hacia la puerta- ¡Puede irse!- grité con la esperanza de que el policía que esperaba al otro lado de la puerta me escuchara.

-No van a dejarte ir hasta que yo les diga que te puedes ir- dijo Bruno volviendo a apoyarse en la mesa.

Cerré los ojos y respiré lentamente intentando calmarme. Estaba temblando de la furia. Su familia no sólo había asesinado a mi madre si no que ahora me rompía las pelotas. Volví a acercarme a él y le apunté en el pecho con un dedo amenazador.

-No quiero saber nada más ni contigo, ni tu padre, ni nadie- le dije empujándolo hacia atrás, casi no había hecho fuerza pero Bruno tuvo apoyar las manos en la mesa para no hacia atrás.

-¿Vas a dejar las cosas como están?- me preguntó sin sentirse intimidado- ¿Vas a dejar que mi padre se salga con la suya? Hay miles como tu madre, miles como vos.

-¿Por qué te importa?- volví a gritarle. Él se encogió de hombros.

-No me importa, no me importás- aclaró- y ya te lo expliqué. Te necesito y me necesitas. Obtenes tu venganza y una gran suma de dinero si lo deseas y yo me quedo el imperio de mi padre.

Suspiré.

-¿Tengo elección?

-En realidad no- contestó con sinceridad- lo único que está en tu poder es si ésta conversación se termina ahora o en unas horas.

No tenía elección, eso era claro. No quería que Vanesa o si madre terminaran como la mía, no podría soportarlo.

-Lo haré- dije aunque sabía que me arrepentiría. Las palabras se sentían incorrectas, se sentían sucias.

Bruno me tomó del mentón y observó mi cabello. Aparté su mano de un manotazo.

-¿Pensaste que nos engañarías con ese truco barato del cabello?- preguntó. Obviamente no pero dejaría a Vanesa más tranquila y nunca está mal tomar precauciones extras- me gusta- comentó.

Bruno se levantó y se acomodó el traje antes de dirigirse a la puerta.

-Te doy una semana para acomodar tus cosas, luego te vienes conmigo- me dijo- te explicaré el plan una vez que estemos completamente a solas- dijo mirando la cámara de seguridad.

Bruno se fue llevándose con él toda la energía que me quedaba. Me senté en la silla sintiéndome exhausto, todo esto parecía irreal, como si fuera una pesadilla de la cual no podía despertar.

Había anochecido cuando me dejaron ir.

Llegué a casa agotado y en cuanto cerré la puerta la realidad cayó sobre mí como un balde de agua helada. Allí estaba todo tal y como ella lo había dejado. Incluso el mueble sobre la puerta seguía en su lugar.

Era mi culpa. Si no hubiera sido tan terco, tan egoísta...

-La mataste- me dijo Fabián saliendo de la habitación. Tenía los ojos rojos e hinchados y estaba tan drogado que apenas podía mantenerse parado.

-Cállate- le dije caminando en dirección al mueble para sacarlo de enfrente de mi puerta.

Pude oír los pasos tambaleantes de Fabián acercándome en mi dirección.

-La mataste- repitió golpeándome en la espalda. Apenas sentí el golpe- si no la hubieras encerrado ella no hubiera usado la ventana, eres un estupido, el mayor error que cometimos...

Y de pronto mi puño se estaba estrellando contra su rostro. Fue como si toda la ira, la tristeza y la angustia que fui acumulando durante todo el día se hubiera acumulado en él.

Le pegué con tanta fuerza en la barbilla que su cuello tronó y se dobló en un ángulo antinatural. Fabián cayó al suelo en un golpe seco. Jadeé, entrando en pánico.

Lo había matado.

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