12. Mi hogar

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-No puedes irte con él- repitió Vanesa por octava vez desde que había comenzado a preparar las valijas.

-No me queda otra opción, Vane- admití- aunque no me guste la idea de mezclarme con la mafia es la única oportunidad que tengo de vengar el asesinato de mi madre.

-¡No tenes que vengar nada!- me gritó ella, enfadada- No sos un superhéroe ni un justiciero, sos un chico de la villa que pelea por las noches para desquitar su ira, sos mi mejor amigo, el hijo de tu madre, actúa como una persona normal, ponte de luto pero no hagas estupideces.

-Mi mamá está muerta por mi culpa- y las palabras fueron tan duras que me golpearon como una bofetada. La expresión enfadada de mi amiga se ablandó- la culpa me carcome por dentro, Vanesa. Si no hago algo, no voy a vivir tranquilo, no voy a dormir en paz nunca más, ¿Entendes?

Ella jadeó, intentando contener las lágrimas.

-No hay manera de que esto termine bien- dijo y rompió a llorar. Dejé la remera que estaba doblando sobre la destartalada valija vieja de mi madre y la envolví en un abrazo.

-Sé que tienes miedo, yo también lo tengo, pero tengo que ser valiente- le dije, su cuerpo se sentía diminuto entre mis brazos- y hay algo más...

Vanesa levantó la cabeza para observarme, aparté un mechón verde de su frente.

-No podemos vernos, no hasta que Bruno Denver Padre esté muerto- le dije- si él descubre lo que estoy haciendo me matará, pero antes se encargará de hacerme sufrir e ir en busca de los que más amo. Mi madre ya no está así que sólo quedas vos.

Vanesa jadeó.

-No puedo- lloró- No podría soportar vivir sin saber qué pasa, sin saber si estás bien.

-Bruno Jr me cuidará- dije aunque ni yo mismo lo creía, si su plan fallaba dudaba que se pusiera de mi lado. Vanesa frunció el ceño, era imposible mentirle- quizás deberías visitar a tu hermana- propuse- así tu y tus padres correrán menos riesgo.

De pronto Vanesa no lucía tan desalentada.

-Es una buena idea- dijo- quizás es la mejor excusa que puedo encontrar.

Sonreí, era bueno saber que no iba a dejarla desanimada.

-Deben partir cuanto antes- le dije- si es posible tomen un vuelo nocturno y salgan con sigilo, quizás podrían usar el patio trasero de los López para salir así corren menos riesgo de que se enteren que se fueron.

-¿Debería decirle la verdad a mis padres?- dudó Vanesa. Asentí.

-Es preferible que estén alerta, además nuestras madres eran cercanas, ella merece saber la verdad sobre lo que sucedió.

Vanesa asintió y volvió a abrazarme.

-Voy a extrañarte- me dijo.

-Yo también- susurré- prometo llamarte en cuanto pueda.

-Más te vale- dijo ella- te dejo con tus cosas, tengo que preparar mis propias valijas.

Vanesa me besó con afecto y me dió un último abrazo, aproveché cada segundo y cuando nos separamos, acomodé su cabello una última vez.

-Suerte- me dijo ella. Sonreí.

-No la necesito.

Una vez que Vanesa se fue la casa volvió a sumirse en su aura melancólica. Fue en ese preciso instante que comprendí que había tomado una buena decisión.

El cadaver de mi padre drogadicto y abusador colgaba del techo en la otra habitación, una helada brisa se colaba por las ventanas y por el techo y todo estaba más silencioso que nunca. Así comprendí que los hogares los hacen las personas, no los edificios. La casa era solo una casa y sin mi madre aquel no era más mi hogar.

Tomé todas las fotos de ella que habían, su libro favorito, su celular, las prendas que más le veía usar y su perfume, todo lo que me recordara a ella y llené la valija hasta que tenía más cosas suyas que mías.

Me senté en la cama y recién en ese momento la sentí: una minúscula lágrima cayendo por mi mejilla.

Y luego una catarata.

Me estaba yendo, al fin era libre de este lugar. Lo único que me ataba era mi madre y ella ahora ya no estaba, ella también era libre, libre de las cuentas, del estrés y los golpes de Fabián.

Lloré hasta que escuché la puerta de entrada abrirse y, por algún motivo, reconocí los pasos que se acercaban.

Bruno se asomó por mi puerta y examinó mi rostro lloroso, pero no dijo nada. Lucía impecable, como siempre, como si estuviera listo para ir a una pasarela en veinte minutos.

-¿Listo?- me preguntó. Me enjuague las lágrimas y asentí.

En cuanto atravesé la puerta de mi casa supe que las cosas cambiarían, para bien o para mal, ya no volvería a ser el mismo jamás.

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