Una de las asistentes de Bruno Denver Padre se despidió de mí luego de guiarme hasta la habitación del hijo del mafioso otorgándome una última mirada. Conocía aquella mirada y normalmente la hubiera seguido para ver si podía encontrar algo de diversión en ésta carcel pero no había tiempo para distracciones. Golpeé la puerta del chico. Nada. Volví a tocar. Nada de nuevo. Quizás no estaba.
La chica hubiera sabido si él no estaba. Pensé. Tal vez estaba durmiendo o dándose un baño o...
De pronto oí voces adentro y una oleada de fastidio me recorrió de pies a cabeza, ¡Estaba allí! Estaba allí mismo y simplemente había decidido ignorarme. Sin pensarlo, abri la puerta en un envión.
Deseé no haberlo hecho.
Las luces estaban apagadas pero de todas maneras la luz del sol se colaba entre las persianas entre cerradas e iluminaba sutilmente sobre la cama...y sobre los cuerpos.
Jadeé, retrocedí rápidamente y estiré mi mano hacia el pomo de la puerta con la intención de cerrarla.
-¡QUIETO!- gritó Bruno y me quedé helado de la sorpresa, ¿Cómo podía salir una voz tan fuerte de un cuerpo tan pequeño? Los cuerpos que estaban a su lado también se sobresaltaron, la luz iluminaba sus siluetas pero no podía verlos bien- adentro- dijo esta vez con voz más baja pero conversando la misma furia. Contra mi voluntad, entré- la puerta- me ordenó y obedecí, contrariado por la seriedad de su voz.
Pude ver la silueta de Bruno moverse fuera de la cama. No podía verlo claramente pero podría reconocerlo en cualquier parte. Su cuerpo pequeño y desgarbado, lucía incluso más delgado sin el traje.
-La luz- dijo y lo vi caminar y agarrar algo del suelo. Tanteé la pared en busca del interruptor hasta que lo encontré, para cuando me volteé, Bruno ya se había puesto un pantalón deportivo. Su piel era increíblemente pálida bajo la nueva luz, tanto que incluso podía ver las venas azules de su cuello y sus brazos. Su cuerpo estaba lleno de chupones, mordidas y marcas rojizas, su cabello azul despeinado y sus músculos se veían definidos, ya sea por su delgadez o porque se ejercitaba pero no ganaba peso, un bulto prominente en su entrepierna me quitó de mi ensimismamiento.
-Fuera- ordenó Bruno- por la puerta de atrás.
Entonces recordé que habían otras dos personas en la habitación. Dos hombres de al menos veintidós años, los demasiado perfectos para ser de esta zona. Probablemente eran prostitutos y de los caros. Los dos se levantaron y se vistieron con rapidez. Uno de ellos se dirigió a Bruno para recibir su paga pero el otro tenía la mirada fija en mí.
-¿Tiras para nuestro lado?- me preguntó acercándose. Hubiera sonreído si no tuviera los ojos de Bruno clavados en mi entrecejo, podía sentirlos, matándome con la mirada.
-Quizás otro día- contesté aunque sabía que nunca tendría el dinero necesario para pagarles. Ambos se fueron sigilosamente e instantáneamente la habitación se sumió en una tensión casi palpable. Tragué nervioso, ¿Por qué Bruno me intimidaba? Lo triplicaba en tamaño y fuerza, no podria herirme ni aunque me golpeara con un bate de baseball, sin embargo, titubee antes de mirarlo a los ojos.
-Llamé dos veces y no contestaste- me justifique como si tuviera cinco años. Bruno camino en mi dirección con rapidez. Involuntariamente escondí mis manos en los bolsillos de mi campera, no quería que viera mis puños apretados, listos para defenderme.
-Mis criadas saben que no deben venir a esta hora- dijo- debí saber que serías vos.
No contesté porque no sabía que decir así que simplemente esperé, como un perro que espera a ser retado cuando sabe que hizo algo que no debía.
-Si no abro no entras- me ordenó- y no vienes, te dije que no somos amigos, cuando requiera tu ayuda yo mismo mandaré a buscarte, ahora te toca adecuarte a tu puesto.
-Tu padre me mandó - contesté satisfecho de poder ganarle en algo, al menos por una vez - dice que soy tu problema.
Bruno frunció el ceño y Sé lamió el piercing del labio.
-No veo la hora de matarlo- susurró. Quise recordarle que yo lo haría pero no iba a tentar mi suerte- vivirás en el departamento que se te dió- me ordenó- esperarás a que una de las criadas te lleve un celular, imagino que no tenes uno.
-Si tengo- comenté, enfadado por su suposición, sacando un celular que Fabián había encontrado. Se lo robé y lo escondí por un tiempo hasta que él "encontró" otro y luego empecé a usarlo yo mismo, mi padre tenía el cerebro tan quemado por las drogas que ni recordaba que era el mismo aparato. Bruno me quitó el moto g2 de la mano y lo partió contra el suelo.
-Ahora no tenes- dijo y me empujó hacia afuera de la habitación- mañana empieza tu entrenamiento, por tu culpa ahora tengo que terminar lo que empecé solo.
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Thunder
ActionDaniel Cuzis es el típico estereotipo del chico malo. Se emborracha hasta perder la conciencia, fuma como si quisiera morir a los treinta y carga una navaja en el bolsillo. Pero en todo cliché está el mismo dilema, ¿Por qué es un chico malo? Daniel...