8. En camara lenta

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Me quedé helado un momento esperando escuchar algo más. Unos pasos sobre el cemento, el sonido de una puerta cerrándose y las ruedas de un auto rechinando contra el asfalto.

Aflojé el agarre sobre el cuello de Fabian y lo solté. Mi padre se deslizó por la pared hasta caer al suelo en un fuerte estrépito.

Podía oírlo toser mientras salía corriendo de la habitación hacia la puerta de entrada.

-¿Mamá?- grité mientras buscaba las llaves de la puerta. La escuché gemir del lado de afuera.

Mierda, mierda, mierda.

Puse distintas llaves en la cerradura pero los nervios no me permitían encontrar la correcta. Grité y, perdiendo la paciencia, tomé el pomo y tiré de ella hasta sacar la puerta del marco.

La empujé hacia adelante y cayó sobre el suelo.

-¡Mamá!- la llamé pero solo podía oírla llorar. Ahí estaba, tirada en el suelo con un charco de sangre a su alrededor.

Sentí como se helaba mi sangre y me quedé estático. Incluso en el barrio donde vivo, nunca había visto tanta sangre en mi vida. Un alarido de horror me sacó de mi estado de shock. Era Vanesa, su mamá a su lado temblaba como una hoja.

-Mamá- repetí pero no pude oír mi propia voz, al mi alrededor solo oía un zumbido, como si todo retumbara sin sentido.

Pude ver como Vanesa corría hacia mi pero parecía que todo sucedía en cámara lenta.

-No dejes que la vea- dijo su madre que corría hacia el cuerpo de mi mamá en el suelo y lo volteaba. Su pullover blanco estaba completamente teñido de rojo a lo largo del pecho. Lo tenía desde que tengo memoria.

Vanesa me empujó de los hombros arrastrándome hacia adentro de la casa, balbuceé algo pero no recuerdo que era. Vi pasar a Fabián tambaleándose y salir por la puerta de entrada.

-¿Dani?- me llamó Vanesa, sacudiendome, pero su voz sonaba demasiado lejana- Daniel lo lamento tanto- me dijo rompiendo a llorar mientras me abrazaba. Le devolví el abrazo pero mi mirada seguía fija en la puerta. Fabián había comenzado a insultar a los gritos mientras la madre de Vanesa le pedía que haga silencio mientras lloraba.

Todo parecía falso, irreal, no comprendía, ¿Esto estaba pasando en serio? No era posible, mi mamá estaba en mi habitación encerrada...

Pero las sirenas de la policia eran más fuertes que mi estupor y poco a poco me fueron sacando de mi estancamiento.

Aparté a Vanesa y corrí afuera, mi padre estaba arrodillado frente a mi madre llorando y la madre de Vanesa estaba hablando con la policia.

Tomé a Fabián por el cuello de la campera y lo empujé hacia atrás haciendo que rodara por el suelo al menos dos metros.

Caí de rodillas frente a mi madre quien ya no lloraba, ya no gemía, ya no gritaba. No decía nada. Sus ojos marrones estaban clavados en el cielo y unas lágrimas recién derramadas caían por sus mejillas.

No podía creer que esa fuera mi madre, no parecía real. Una fuerte presión contra mi pecho hizo que respirar se hiciera más difícil y, antes de que me diera cuenta, estaba hiperventilando.

-¡Daniel!- lloró Vanesa corriendo hacia mí pero los paramédicos llegaron antes.

Lo siguiente es tan solo un recuerdo lejano y muy borroso. Me subieron en la ambulancia mientras la policia entrevistaba a Vanesa y su madre. Fabián había desaparecido, como de costumbre y una vez que me calmé me llevaron a la comisaría a testificar.

Estaba sentado en una habitación apartada con ventanas de vidrio, sabía que había gente del otro lado observándome pero yo no podía verlos, tal y como en las películas. Me había imaginado miles de veces en esta situación, quizás por haber visto un asesinato o por yo mismo haber asesinado a alguien pero...no así.

A pesar de que lo intentaba, no lograba que las lágrimas salieran de mi rostro. Aquella presión en mi pecho no se desvanecía y era tan intensa que tuve que llevarme la mano al lugar para intentar aliviar la presión de alguna manera.

De pronto la puerta se abrió y alguien entró. Entre todas las personas, no hubiera imaginado que fuera él. No aquí, no ahora, no en este momento.

Bruno Denver se acercó lentamente, vestido de traje como si fuera su ropa casual y con las manos en los bolsillos. Su rostro se veía triste.

Y ahí fue cuando lo supe.

Habían sido él. Me dijo que me arrepentiría.

Uno no le dice que no a la mafia.

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