21. Contra el reloj

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Sabía que no podía volver a casa, sería demasiado obvio y quizás los socios del padre de Bruno sabrían de mi paradero, si es que habían llegado a ver mi rostro.

La casa de Vanesa era, no la mejor opción, pero si la única que quedaba así que me adentre en ella y dejé a Bruno sobre la mesa de la cocina.

-Tenes que ir a buscarlos- me ordenó- si le dicen a mi padre estamos muertos.

-Tu estarás muerto si me voy- le dije corriendo al baño en busca del botiquín. Podríamos ser familias pobres y no tener ni la cantidad de sillas necesarias para que se siente toda la familia, pero todos nosotros tenemos algún botiquín, por más precario que sea. Los padres de Vanesa habían sido precavidos: gasas, algodón, alcohol, agua oxigenada...no necesitaba nada más.

Tomé todo y lo dejé sobre la mesa, justo a un lado del adolorido Bruno.

-Si me hubieras hecho caso y hubieras encendido el explosivo no tendríamos este puto problema- gritó Bruno, bañado en rabia. La tensión de su cuerpo le produjo una punzada de dolor en el hombro, donde le habían disparado.

-Si te hubiera hecho caso, estarías muerto- le dije, tomé su ropa y la arranqué con mis propias manos.

-Ya estoy muerto de todas formas- se quejó Bruno cerrando los ojos. Había perdido mucha sangre y su piel blanca ahora lucía casi verdosa. Transpiraba muchísimo y podía notar como su respiración comenzaba a volverse cada vez más lenta. Tenía que cerrar esa herida ya mismo.

Hice todo lo que vi a mi madre hacer miles de veces. Mi padre volvía herido de vez en cuando y yo también. Era algo adquirido por defecto cuando vivías en la villa. Además, aunque no me guste admitirlo, había heredado de mi padre la facilidad para buscarme problemas.

Desinfecté la herida y decidí dejar la bala adentro hasta que pudiéramos conseguir ayuda de alguien más. No sabía cómo sacarla y no iba arriesgarme a empeorar las cosas. Tomé hilo y una aguja y encendí una hornalla. Calenté la aguja hasta que se puso naranja y luego la pasé por agua, mi madre solía hacer eso para esterilizarlas. No podíamos permitirnos ir al hospital, aunque todos digan que es gratuito siempre hay que pagar algo y aprendimos esto por las malas.

Cosí la herida de Bruno como pude y le limpié la sangre con la esponja de lavar los platos. Lo lamento, familia de Vanesa. Una vez que Bruno estuvo limpio noté como se encontraba más estable. No dijo nada en ningún momento, ni siquiera se quejó mientras cosía su piel. Quizás estaba muy débil cómo para quejarse.

Su respiración se había estabilizado pero ahora estaba templando así que me quité el buzo y se lo puse con cuidado. Decidí dejar el brazo de su hombro herido dentro del abrigo, no quería arriesgarme a moverlo y abrir la herida.

Verlo sin el traje, con los ojos cerrados y tan débil, con mi buzo enorme y el cuerpo temblando, lo hacia ver incluso más pequeño. No podía creer que el día anterior me había estado revoleando contra las paredes como si fuera un muñeco de trapo. Lo levanté con cuidado y lo dejé sobre la cama de Vanesa. Era increíblemente extraño verlo allí, en la habitación de mi mejor amiga, donde tantas cosas habían pasado.

Lo tapé con las sábanas y lo observé un momento: se había quedado dormido.

Acto seguido palpé mis bolsillos, mi navaja seguía allí.

Salí por la puerta principal con determinación. No había tiempo que perder. Tenía unos mafiosos que asesinar.

O los mafiosos me mataran a mi.

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