Capítulo #26: Renacer.

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Soundtrack: Savin’ me –Nickelback.  

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El comienzo de una cuenta regresiva. Todos llegamos a contar los días, las horas o los segundos para que algún suceso se lleve a cabo; bien sea algo tan maravilloso como iniciar el viaje de nuestras vidas, o algo tan amargo como volver de éste. Incluso, en ocasiones, dicha cuenta regresiva se convierte en el cronómetro de una bomba a punto de estallar. Y no podrás hacer nada para prevenir la masiva destrucción que se avecina.

A veces, estar al borde de un abismo, a punto de entregar tú vida a la mismísima nada, te hace abrir los ojos. A veces, estando en la cima de un rascacielos, con el fuerte viento azotándote más cerca del borde y sin ninguna protección, es el empujón que necesitas para mirar la vida que te queda con los ojos del alma y replantearte todo lo que has hecho con ella hasta el momento. A veces, ceder ante la angustia de estar en la antesala de la muerte, es lo único que necesitas para renacer; para darte cuenta de tus errores y querer corregirlos… aunque quizás sea demasiado tarde.     

Los más optimistas dicen que jamás es tarde para cambiar, para soñar, para ser quien realmente quiere ser o para desechar el odio en tu corazón y ser feliz. Por el contrario, los pesimistas, piensan que ya no es necesario aferrarte a un sentimiento si estás a punto de ceder tu alma al infierno…

Las inconscientes y renacidas esperanzas de aquel chico de ojos turbios estaban siendo enviadas al fondo del océano; arrancando toda ilusión que cierto niño risueño había depositado en su ser. Ahora, como en casi cada momento impactante de su vida, tenía sólo dos opciones: entregarse a la miseria de la muerte y encerrarse hasta que ésta tocara su puerta o ceder, por primera vez en mucho tiempo, ante la felicidad.

Al menos sus últimos veinticinco días…

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Día 25.

Secó su mejilla con brusquedad y se limitó a mirar al frente, a ningún punto en la nada, con ningún pensamiento en su mente, mientras un fuerte pitido chillaba incesante en sus oídos; alejándolo del presente y llevando a un mundo lleno de susurros extraños donde no habitaba nadie más. El doctor Phillips continuó hablando y su madre siguió llorando pero él ya no los escuchaba.

—Aún así, hay una pequeña esperanza, no deben perder la calma —habló el hombre, indulgente, en un intento de controlar los sollozos de Jay—. Aún queda esa opción que Louis siempre ha tenido y, aunque no haya resultado hasta el momento, eso no significa que debamos desistir. No hay que perder la fe.

—¿Habla del trasplante? —logró preguntar la mujer mientras intentaba controlar su llanto—. Lo hemos intentado practicar por años. Ni yo, ni sus hermanas y ni siquiera su padre somos compatibles con él. Tampoco ha habido un donante que lo sea, ¿qué le hace pensar que ahora resultara?

El famoso trasplante de médula ósea. Esa única cosa que alargaría su vida un poco más si resultaba exitoso. Para Louis siempre había sido como ese costoso juguete que todo niño quiere pero sólo los afortunados consiguen; le tocaba admirarlo tras la vitrina resignándose a que jamás podría poseerlo.

El chico tenía un largo historial de intentos. Veinte, para ser exactos. Veinte personas —entre familiares, los que en aquellos tiempos eran sus allegados y simples donantes caritativos—, se habían sometido a las pruebas para intentar ayudarlo, incluso en dos ocasiones casi resulta, pero en el momento de la operación todo se complicó y los doctores terminaban por darse cuenta que aquellos genes no eran cien por ciento compatibles con los suyos. Dos veces se vio obligado a soportar los efectos secundarios de la quimio; a perder todo su cabello, a los vómitos frecuentes y el mareo, a la perdida total de su sistema inmunológico, a estar postrado en una mullida cama durante meses, a la debilidad… sólo para que no resultara, no funcionara, y se viera en el limbo entre la vida y la muerte hasta que, por alguna razón, se recuperaba. Era una amarga tortura. Louis sentía como si ahora un caleidoscopio de recuerdos se paseaba por su mente; acabándolo y exprimiendo la poca cordura que quedaba en su ser.       

Veinticinco días para amarte [Larry Stylinson] (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora