Capítulo #31: Rendirse. (2/2)

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Advertencia: Mi definición de “smut” a la hora de redactar esta parte se fue más a lo "poético y romántico" que a la acción y lo explícito, sólo surgió así, qué se hace, no soy buena para esto. Si aún así quieren leer, adelante(:

 

«Los amantes anhelan el momento en que sus almas se mezclen en un susurro…»

 

El invierno podría verse de dos formas distintas, dependiendo del estado de ánimo de cada quien. Podía ser el palpable recuerdo del frío glacial que habita en tu corazón; con tempestades clandestinas y nevadas omnipotentes que cubren cualquier rastro de vida, dejando sólo un lugar desolado en el centro de tu pecho. O podía ser todo lo contrario; podía ser la perfecta excusa para dejarte ser un niño de nuevo, sin preocupaciones, formando ángeles en la espesa nieve o patinando sin sentido alguno sobre el hielo, sintiendo la brisa gélida helar tus mejillas.

El invierno, bien, podría ser el reflejo de tu alma entumecida, o simplemente una linda excusa para acurrucarte en el sofá con un montón de mantas manteniéndote cálido y una gran taza de chocolate caliente tibiando tus manos.  

Por primera vez, Louis y Harry coincidían en lo mismo.

Se habían despedido de Jay y las niñas en el momento en el que el sol se puso; ninguno de ellos notando lo rápido que había pasado el tiempo mientras se divertían como nunca. Louis había insistido en llevarlas, pero Jay se negó rotundamente, alegando que mejor tomarían un taxi, así que el grupo se despidió en aquel parque y emprendieron caminos distintos. No sin antes de que la pequeña Daisy exclamará algo como: “¡Deberían casarse y adoptar muchos niños y gatitos!” que hizo reír al par de chicos abochornados, con las mejillas sonrojadas visiblemente, luego de que, también, Jay se tomara unos minutos para hablar a solas con Harry. El chico suponía la común charla de “no rompas su corazón”, pero fue todo lo contrario; como una disculpa a cualquier daño que su hijo le hubiese hecho o le hiciese en un futuro. Harry se encargó de quitarle aquella preocupación; él sabía que Louis ya no era el de antes. Y que nunca más lo lastimaría…   

Ahora ambos se encontraban en la casa del menor, como de costumbre, con la calefacción a todo dar mientras se acurrucaban en el sofá de la sala principal, con más de cuatro mantas envolviéndolos, escuchando música desde el iPod de Harry y sumidos en las agradables melodías. Las tazas que anteriormente contenían, respectivamente, té y chocolate humeante yacían vacías sobre la pequeña mesa, desde donde Joyce los vigilada con notable somnolencia.  

Conversaron por un largo rato sobre el maravilloso día que habían tenido, rememorando los anécdotas más graciosos (y vergonzosos) por los que pasaron toda la mañana y gran parte de la tarde, provocando, asimismo, la risa perezosa de ambos. Cantaban en susurros las letras de las canciones que ambientaban el lugar, las cuales no eran muchas que Louis supiese, así que éste sólo se dedicó a escuchar la voz baja y lenta de Harry, apoyando la cabeza en su hombro, cayendo en una ensoñación mística y armónica cargada de un apacible bienestar. 

Ese muchacho de hermoso canto llegaba a ser su único narcótico ante la incertidumbre de su problemático corazón.

Cuando finalizó forever and always, de Parachute, Harry tomó la palabra, absorto en sus propias cavilaciones y ajeno al efecto que él producía en el mayor:

—¿Crees en la vida después de la muerte?

Louis se estremeció y levantó la mirada, observándolo. El rizado no pudo descifrar aquello que se ocultaba tras el azul de sus orbes.

Veinticinco días para amarte [Larry Stylinson] (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora