Capítulo 3

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— A ver si entendí... Tú... Eres un inmigrante ilegal

— ¡No!

— ¿Entonces?

Recosté mi cabeza sobre la fría mesa tratando de ubicarme en tiempo y espacio.

Luego de verlo había colapsado, sin duda la situación era un poco exagerada pero gracias al cielo el señor Schmidt pudo sostenerme a tiempo, en sus brazos pude abrir mis ojos pero aún la debilidad amenazaba con llevarme, así que decidieron que sería mejor que el imbécil guapo me llevara a la cafetería para que pudiera ingerir algo dulce y me recupere.

— Escucha, tienes que ayudarme.

— ¿Y yo por qué? —dije acomodándome en mi lugar y fijando mis ojos en los suyos—.

Su mirada bajó a mi pecho y se relamió los labios.

— Porque eres mi esposa.

— No soy tu esposa —fruncí mis cejas y me di cuenta qué era lo que observaba con tanto deleite—. ¡Y deja de verme los senos, maldito pervertido! —abroché nuevamente el botón—.

— ¡Si lo eres! —gritó en susurros, como si eso fuese posible—. Te lo dije aquel día cuando saliste corriendo de mi habitación; y es difícil no fijarme en ellos, están tan...

— ¡Basta! —lo interrumpí antes de tener un colapso nervioso—. Dijiste que era un broma.

— No me dejaste terminar, iba a decir que era mentira que te follé duro contra...

— Cállate —volví a cortar su discurso— . O sea que tú y yo nunca... —negó—.

¿Entonces sigo siendo virgen?

— Imposible —dije recordando—. Estaba desnuda.

— Estar desnuda en mi cama no significa nada.

—¡¿Qué clase de pervertido eres que...?!

— ¡Sh! —abrió los ojos al darse cuenta que llamé la atención de algunos clientes—. Esto es algo delicado así que trata de bajar un poco la voz, no todos tienen que enterarse.

Abrí la boca indignada.

¡A mí qué mierda me importaba que todos supieran que ese hombre es un enfermo pervertido!

— ¡Tú...! —iba a insultarlo pero de nuevo me interrumpió—.

— Si quieres respuestas te las daré, estabas desnuda porque al llegar a mi departamento, me besaste y luego vomitaste ensuciando todo tu vestido. Por cierto, increíble manera de aumentar mi ego después de un beso —comentó de manera sarcástica—.

Me sonrojé de inmediato.

Que vergüenza... Tal vez por eso no quiso acostarse conmigo.

¡Pero qué mierda pienso!

Debería estar feliz de no haber perdido mi virginidad de esa manera. Miré los brazos forrados en aquella camisa de vestir blanca y no pude evitar morder mis labios.

Que bien se hubiera sentido estar entre esos brazos...

Recordé el día en su habitación y como pude apreciar todo su cuerpo, aquella V que...

¡Basta!

— ¿Te encuentras bien? —su voz ronca me sacó de mí ensoñación—. Te veo un poco agitada —alzó una ceja—.

— Olvídalo.

— Lo que quiero decir —aclaró su garganta—. Es que sí nos casamos esa noche.

MATRIMONIO EN LAS VEGAS [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora