capítulo ocho

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Cerré mis ojos con fuerza por el dolor de cabeza que me está proporcionando mamá con sus gritos, nos acostamos a las siete de la mañana y recién son las diez, demasiado temprano y muy pocas horas de sueño para soportar algo así. Estoy haciendo mi mayor esfuerzo para no cerrar los ojos y dormirme, ni siquiera sé lo que está diciendo. Sé que Maite está igual que yo, pero es imposible hacerlo cuando Nadia está al borde de la locura, como siempre, despeinada y con lágrimas en los ojos. Muy a diferencia de papá, que toma su café tranquilo mientras la mira como nosotros lo hacemos.

—¡¿Se puede saber qué es lo que estaban haciendo ustedes dos ayer para llegar tan tarde?! —chilló levantándose de su asiento, perdí la cuenta de cuántas veces lo hizo ya. Mai bufó a mi lado, se puso la capucha de un buzo que me había robado y se acurrucó en mi brazo.

—¿Podes hacer preguntas después de las tres de la tarde?

—¡No vas a dormir hasta las tres de la tarde Maitena! —le gritó desesperada. Mi hermana es inmune a esto, claramente— ¡Contesten!

—Fuimos a una fiesta, nada más —susurré tranquilo. Más rápido contestábamos, más rápido podíamos irnos a dormir de nuevo. Ojalá mi hermana lo vea igual que yo—. No tenes porqué ponerte así.

—Los chicos ya están grandes, Nadia —le dijo papá mirando el diario, despreocupado. Lo que obviamente la alteró más, se dio vuelta como la nena de la llamada y lo miró de una forma que dio miedo.

—¡Grandes las pelotas, Mauro! No están grandes... —contestó sumamente cortante, antes de volver a encararnos— ¡¿Esa es la vida que quieren ustedes?! ¿Llena de vicios? Van a arruinarse.

—¿Podes dejar de exagerar? Somos adolescentes vamos a fiestas, nada fuera de lo normal.

—¡Sí! Quiero una vida llena de vicios... ¿Feliz? —le gritó mi hermana incorporándose ¿Por qué se le hace tan difícil quedarse callada a esta piba? 

—Yo no lo puedo creer...

—Mateo tiene razón, Nadia ¡Estás exagerando! Son chicos de bien, solo se están divirtiendo... nada más —nos apoyó papá cerrando el diario. Mamá se cruzó de brazos y se volvió a sentar como si fuera una nena caprichosa. Bufé levantándome.

—¿Podemos ir a dormir ya?

—No. vamos a desayunar como una familia normal y después a misa —anunció levantándose para irse a la cocina. Lo miré a papá pidiendo ayuda pero solo se encogió de hombros, ya hizo bastante por nosotros, no nos iba a zafar de ir a la iglesia porque ahí sí se armaba la tercer guerra mundial.

—¡Si llego a entrar a una iglesia me quemo Nadia!

—Te vas a sentar en la mesa y vas a desayunar —le gritó a Maite cuando volvió, advirtiéndole con el dedo. Mi hermana solo tenía una ceja levantada en forma desafiante—. Después te vas a cambiar y como una buena cristiana, te vas a vestir e ir con tu familia a la iglesia. Quiero que te confieses..., los dos.

Para qué discutir con ella si al final íbamos a terminar haciendo lo que ella quiera. La resaca me está pasando las cuentas y la cabeza me explota, soportar sus gritos no es algo que quiera ¡No lo quiero cuando me siento bien, menos ahora! Así que, agachar la mirada y asentir a todo es el mejor plan, aunque la estúpida de Maitena no lo entienda.

Por suerte, después de llegar de misa, pude dormir finalmente.

—¡Sos un gil amigo! No nos dijiste nada.

—¡Bien escondido tenías todo! —apoyó Luca a Gena. Me reí y les di la mano en forma de saludo. Los tres están mirando algo en el celular que a juzgar por lo que escucho, sé que es un vídeo de la presentación del sábado. Ludo tiene una cuenta en Youtube donde sube sus nuevas canciones producidas acompañadas con un montaje de la presentación. Así que sí, estoy ahí.

Entre versos y otros prejuicios | Primer ParteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora