capítulo veinticuatro

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—¡¿Qué te pasó en la cara?!

—¡Ay, pelotudo! —chilló mi novia haciendo remover al gato que está acostado en sus piernas. Me reí acercándome a pesar que sigo intrigado sobre porqué su cara está toda negra, tiene un pañuelo en su pelo que supongo que es para que no estorbe ni se mache..., incluso así, está perfecta— Me asustaste.

—Jajaj, qué es eso.

—Veni, vas a ponerte más lindo.

Me senté frente a ella mientras miro como abre un sobre negro para poder esparcirlo por toda mi cara. Es evidente que Renato no me quiere, por eso se fue a penas me acerqué a su dueña. Inmune a lo que le provoco al gato, mi novia está muy ocupada contándome que es una mascarilla que sirve para hidratarme y sacar mis puntos negros, parece toda una profesional en la forma de aplicar el producto aunque creo que soy yo, que amo tener sus manos encima mío

—¿Por qué no me lo hiciste en invierno? Ahí tengo la cara fea..., ahora estoy perfecto —le dije con mi falta autosuficiencia. Ella rió y se acercó para darme un pico, algo que no fue muy conveniente porque toda mi cara no solo está dura sino también pegajosa al punto que le pasé un poco de esa cosa fea a sus labios. 

—Esos puntos negros de tu nariz no dice lo mismo —murmuró limpiándose— ¿Cómo vas a tener fans si no sos lindo?

—¡Porque soy un genio cantando! Además de hermoso —hablé intentando levantar una ceja, pero es imposible. Llevé una mano al lado de mi rostro y lo señalé—. Mira esta cara...

Cuando llegó la hora de sacármelo, Ludovica lo disfrutó mucho ¡Esta mierda duele! Y no es algo que me haya dicho para empezar, aunque es obvio que si lo hubiera sabido, ahora no estaría sufriendo. Las risas inundaron toda su pieza al igual que mis gritos de queja, nunca más me voy a someter algo así, lo peor es que no solo quedó en nosotros, porque la tierna de mi novia no dudó en subir historias a Instagram burlándose de mi.

Después pude relajarme un poco en su cama por el día raro que tuve, pero mi tranquilidad y paz interior no duró más de dos segundos porque ella empezó a insistir con que tengo que ponerme a estudiar, es obvio que sé lo que tengo que hacer y ahora también es obvio que no tengo intención de hacerlo. Pero de ahí, a que Ludovica lo entienda, es otra cosa.

—Dale boludo..., anda a estudiar —murmuró. Negué mientras me pongo de costado para enterrar mi cara en su pecho, sentí su suspiro.

—Después... —le dije en el mismo tono que ella, a la vez que empiezo a besar su cuello con dedicación. Voy bajando hasta llegar a sus pechos y repetir la acción, mientras mis manos recorren su cuerpo con destinos ya marcados.

—Mateo... —jadeó en forma de queja. Sonreí cuando me incorporó para llegar a sus labios mientras tiro de ella para que apoye su espalda en el colchón, cuando está cómoda aprovecho para subirme.

—Estoy ocupado ahora Ludovica, dejame.

—Pero..., no hagas eso.

—¿Qué? —susurré levantándome para mirarla. Sus ojos ya están negros del deseo y sé que su idea con que vaya a estudiar está fuera de su cabeza en estos momentos, la conozco y solo quiere una cosa. Como yo. Vuelvo a moverme sobre ella, provocando que mi erección la choque, vi como reprimió en gemido— ¿Esto?

—¡Anda a estudiar!

—¿Segura? —pregunté repitiendo la acción.

—Te odio —masculló mientras se levanta para empezar a besarme como merecemos.

Me gusta ver como duerme, con el cachete pegado a la almohada, la boca semiabierta y sus expresiones tan relajadas que es imposible que no te transmita paz, como lo hace incluso despierta. Es hermosa en cada faceta que conozco de ella, nunca me decepciona y cada vez me siento más enamorado, no creo poder estarlo más cuando estoy hace más de veinte minutos solo mirándola. Me tiene embobado.

Entre versos y otros prejuicios | Primer ParteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora