capítulo cuatro

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—¡Hola!

Me di vuelta ante la voz que reconocí al instante a mis espaldas. Sonreí cuando la vi con esa presencia tan imponente que marca cada vez que aparece, con su sonrisa, pelo en una trenza y un jardinero de jean arriba de una remera blanca. Parece expectante sobre venir a mi aula y esto me da más ganas de hacerla pasar.

—¡Hola! Pasa... —mordió sus labios y se acercó, me saludó con un beso en el cachete y miró para su alrededor—. Bienvenida, no es tan piola como tu aula pero está buena.

Al igual que su estudio, las paredes son rojas pero el piso es de madera, hay un piano grande en el medio y a los costados, dos teclados que se supone que corresponden a los alumnos, pero en realidad tengo que decir que hay tres porque yo traigo y uso el mío. Por tema de costumbre nada más.

—Me gusta... ¿Este es tu teclado?

—Sí, puedo usar el piano de acá, pero me gusta más el mío —ella asintió tocando las teclas.

—Ya estoy lista para que me inspire señor...

Se burló a la vez que se sentó al lado mio. Me mira tan intrigada que me hace ver más interesante de lo que puedo llegar a ser y esto me mata porque siento que necesito esforzarme más. Aunque sé que puedo llenar sus expectativas y mucho más. No soy alguien que tiene poca autoestima ni tampoco me falta confianza en mí mismo así que, solo me hace poner un poco de presión a la hora de estar con ella.

De todo mi repertorio, empecé con la última que presenté. Me gustó mucho más cuando me contó que había intentado aprender a tocar y fue un desastre, incluso que su obsesión es aprender Be Alright de Justin Bieber pero que se le hizo imposible. Mi hermana es fanática y para su último cumpleaños me obligó a tocarla. No es como que me haya molestado porque sé reconocer el talento y él lo tiene a pesar que ahora su vida haya tomado otro rumbo.

Se sorprendió cuando le dije que tengo diecisiete, pero eso no la limitó a seguir hablando como siempre. Sé que ella tiene dos años más pero nada que importe en este momento. Incluso, me propuso que hagamos una estrofa cada uno, cortando el tema para me incitarme  a empezar a tocar.

A diferencia de las otras veces que la escuché cantar, esta vez fue muy especial. No sé si porque la tengo al lado, pero la dulzura que la caracteriza se ve latente, tiene un tono de voz tan delicado que cada palabra que sale de su boca te arrastra consigo. Ni siquiera hizo falta practicarla una vez para que salga perfecta, lo hizo desde el primer intento.

Cuando me di cuenta, yo también estaba cantando y es muy loco ver como nuestras voces se acoplan en una manera única y mi teclado supo acompañar bien la melodía. Cada vez que me permitía escuchar sus agudos, mi mirada no podía despegarse de ella, está tan concentrada en expresarse que ni siquiera se puede percatar con la cara de pelotudo que la estoy mirando. Por suerte me sé la canción de memoria, no teniendo necesidad de voltearme a ver qué estaba tocando.

—Tenes una voz hermosa —murmuré cuando terminé. Sin despegar mi mirada de ella. Vi como abrió los ojos y con su sonrisa me miró.

—Ahora sí puedo decir que vos también..., hace mucho no hacía esto.

—Y te queda perfecto.

—No es lo mío..., pero vos tenes que probar otra cosa ahora —habló poniéndose más de costado para quedar enfrente. Y pasó lo mismo que la otra vez, cuando nuestras miradas se conectaron, todo lo demás dejó de existir. Nos acercamos al punto de chocar nuestras narices.

—Cuando quieras —murmuré en sus labios.

—Pache..., sabes sí —la puerta se abrió de repente. Bufé y miré hacia la puerta donde Salvador me estaba mirando perplejo. Estoy harto que nos interrumpan— ¡Ay, perdón! Pensé que no había nadie.

Entre versos y otros prejuicios | Primer ParteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora