epílogo

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Bajé del escenario con una sonrisa de par en par, como siempre que estoy en el, es increíble lo feliz que me hace. Me reí sin ocultarlo, cuando escuché el bufido de Charlie, mi representante, por detrás. La gran ola de chicas empezaron a rodearme, dejándolo completamente afuera. Me empezaron a pedir fotos y a hablarme todas las veces, como lo hacen siempre, me marea un poco pero entendí que la técnica es centrarse con una y contestar lo que alcance a escuchar mientras tanto. Es raro, todavía no me acostumbro.

—Bueno chicas, no me lo rompan..., permiso ¡Ay! Cuidado nena —sentí tanto la voz como el toque de Charlie en mi espalda, empujándome para salir del círculo de fanáticos, o creo que es Charlie, espero...

—¿Y qué onda, sonó bien? —le pregunté cuando pudimos llegar al Vip, donde todo siempre es más tranquilo. Antes me parecía aburrido y sumamente estúpido, ahora agradezco que los boliches lo tengan.

—¡Obvio! Como siempre —me gritó. Intenté agarrar el vaso que una moza me trajo a nuestra mesa, pero me lo alejó—. Ahora vamos porque mañana te tenes que levantar temprano.

—¡Ay que gorra que sos! —bufé, odio cuando se pone así— Dejame tomar un trago por lo menos.

—¡No Mateo! Nos vamos.

Carlos Vega o más bien Charlie, es quien tengo pegado a mi culo las veinticuatro horas del día, vive para mandarle y querer hacerme enojar pero no lo logra muy seguido, porque entiendo que es su responsabilidad y trabajo, solo cuando no me deja disfrutar ni diez minutos de los boliches a donde todo. Sin embargo me cae de diez y lo quiero, logró ganar mi confianza y cariño a pesar que somos completamente distintos, además tiene razón, como mucho voy a poder dormir tres horas.

Con su pelo negro azabache y rulos prolijamente peinados, me está mirando desafiante, sus ojos son negros que enmarca bien con unas pestañas perfectamente arqueadas, el rimel hace mucho por él. Su tes es morena, así como la de Joaco y de estatura es petizo, a penas me llega a los hombros. Ahora tiene una camisa blanca con flores negras y un pantalón negro bastante achupinado, sus uñas están negras como la mayoría del tiempo.

Mañana empiezo con mi gira, no es muy grande que digamos pero sí es la primera, salvo que se cuente la que hice en el verano yendo los fines de semana a los boliches de la Costa Atlántica. La primer parada es en Uruguay, Montevideo, después volvemos para Argentina para recorrer distintos puntos del país, parece una boludes pero voy a estar dos meses fuera de mi casa. Algo que no me quejo porque me encanta.

Pasaron tres meses desde que Ludovica se fue, de vez en cuando hablamos pero cada vez lo hacemos con menos frecuencia. La distancia empieza a pesar y la vida que cada uno lleva, hace que se marque una frontera, más de la que ya hay, entre nosotros. Igualmente tenemos esa costumbre de contestarnos las historias que subimos a Instagram, pero nada más que eso.

—Te envidio —masculló Maiten al verme. Está vestida con el uniforme del colegio mientras se frota los ojos de cansancio. Es viernes, último día de la semana para la escuela, pero si llego a decírselo para alentarla, es capaz de sacarse la zapatilla y revolearmela.

—¡Buen día querida!

—¿Ya te vas? —murmuró pasando por atrás de mi en la cocina, para prepararse el desayuno supongo. No llegué a dormir, simplemente me bañe, bajé las valijas y acá estoy, esperando que me pasen a buscar.

—En un rato...

—Hagamos un desayuno de despedida —dijo sin emoción, incluso con sarcasmo. Rodó sus ojos y se sentó en frente, me robó una tostada de mi plato y la comió.

—¡Ay! ¿Me vas a extrañar?

—No más que vos a mí —se rió. Agarró otra tostada, le untó manteca y me la pasó—. Toma, no pidas más que este gesto.

Entre versos y otros prejuicios | Primer ParteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora