capítulo veintitres

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diciembre

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Hace ya dos semanas que estoy viviendo en la casa de Ludovica. Gracias a Mai y Cielo pude conseguir la mayoría de mi ropa y objetos personales que necesito para subsistir. No quiero ni siquiera acercarme al Country más allá de la escuela y ellas por suerte lo respetaron. Cada tanto vienen a visitarme, algo que agradezco porque estoy muy acostumbrado a verlas seguido. 

En el colegio por suerte, estoy en el período de orientaciones que se hace antes de rendir, esto significa que no veo a mis amigos que no se llevan materias nunca por ser tan perfectos y nenes de mamá. Con Joaco hablo todos los días, a él le encargué hacerse cargo de mi hermana porque sé muy bien lo que ese terremoto implica y no estar cerca para ayudarla es de las cosas que más me hacen sentir culpable.

Con respecto a mi reciente carrera musical, tengo que decir que después de grabar el vídeo hace ya dos meses, las cosas se tornaron mucho más serias. Tenemos que tener cuidado con muchas publicaciones que hacemos, por la cantidad de seguidores que aumentamos y salir tanto a bailar como a la calle nos proporciona tener que pararnos cada unas cuadras para sacarnos fotos, mandar saludos o esas típicas cosas que hace la gente conocida. Y no estoy diciendo que ya somos famosos y nos va super bien, solo que todo cambio mucho.

No pude evitar sonreír cuando vi la cara de concentración de mi novia frente a su Notebook, tiene los auriculares puestos por lo que no me está dando mucha pelota, pero es mejor para mi, ya que estoy tratando de leer uno de los libros del programa de literatura que tengo que rendir en unas semanas. Nuestra rutina de noche es esta, tomamos mate mientras ella me hace apoyo psicológico en mi estudio. Para cuando me cansé, ella está completamente dormida. Cerré su computadora y la apoyé en su escritorio, volví y me acosté a su lado, abrazándola como siempre.

—¿Vos decís que se van a separar? —le pregunté mientras salgo del colegio. Maiten me había llamado cuando estaba adentro del aula, así que no dudé en ver qué quiere cuando me desocupé.

—No sé, ojala... —suspiró— ¡No aguanto más acá!

—Perdón, en serio..., no puedo llevarte.

—Sí, ya lo sé. No lo estaba pidiendo —sé que está haciendo una mueca. No extraño estar en mi casa pero sí a ella, muchas veces me siento culpable por no ser un buen hermano mayor y acompañarla—. Por lo menos tengo mi pieza ya Muba, aunque llora mucho.

—¿Lo estás sacando a pasear?

—¡Sí, obvio! Pero te extraña.

—No me digas eso —murmuré destrabando el auto. Me senté en el asiento y suspiré, cerré mis ojos para concentrame—. No seas así.

—Perdón...

—¿Qué te pasa? —le pregunté. Su voz está entrecortada, como si estuviera llorando. 

—Estoy sensible nada más, no te preocupes.

—¿Y tu chongo qué onda? —le dije de repente, intentando cambiar de tema ya que todo se está volviendo muy depresivo y no es la idea. La sentí sonreír.

—Ahí anda, como siempre.

—¿Sigue siendo lento?

—Sí, así como vos —se burló. Esta es la Maiten que yo quiero ver, sonreí satisfecho de levantarle un poco el ánimo— Estaba pensando en pedírselo ¿Qué decís?

—Si es lo que queres..., dale para delante.

—Lo voy a pensar —contestó. De repente, se escuchó un sonido de fondo. La sentí bufar— Uh, ya empezaron de nuevo. Creo que voy a ir a gritar un poco —dijo sin gracia.

Entre versos y otros prejuicios | Primer ParteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora