capítulo veintiocho

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Me tapé con la sábana, aferrándome a ella, por los insistentes golpes en la puerta de mi pieza. Por las voces, puedo identificar que están Cielo, Joaquín y mi hermana, no sé cómo y porqué se enteraron qué es lo que me está pasando, pero estoy seguro que el no haber salido de mi cama en todo el día les dio un indicio de lo que está pasando. No tengo ganas que me vean de esta manera, tengo todo el derecho del mundo a querer estar solo para procesar lo que me está pasando. 

Además, ustedes saben que no soy una persona a la que le gusta que la vean triste o llorar. Y se nota a leguas en mi cara demacrada, que lo hice toda la noche.

—Tal vez es mejor dejarlo.. —sentí la voz de Cielo.

—¡No voy a dejar que se quede tirado deprimido! —gritó mi mamá, dando portazos. Menos mal que esta mujer no es psicóloga— ¡Dale Mateo, abrí la puerta!

—Es obvio que está despierto pero no quiere salir y no va a hacerlo —dijo Mai en un suspiro y a juzgar por la cercana que la siento, puedo deducir que está apoyada en la puerta.

—¡Dale amigo! Por lo menos dejanos entrar —me dijo Joaco.

—Ni siquiera contesta chiques...

—¿Qué es eso de chiques Maiten? ¡No seas ridícula! —le gritó mi mamá.

Y acá, es cuando yo pasé a segundo plano, como siempre.

—¡Ay mamá, no te metas! Deja de joder un poco..., ni siquiera voy a explicártelo porque es mucho para tu cerebro.

—Mai... —intentó calmarla Joaco.

—¡Sos una pendeja maleducada! —volvió a gritar Nadia— Mal enseñada.

—¡Y sí! Si vos me educaste, mucho con eso no podía hacer viste.

—Cada día me sorprendo más de los hijos que crié —dijo indignada antes de sentir golpes de nuevo en mi puerta— ¡¿Mateo podes abrir la puerta?! Dejate de llorar por una mujer que evidentemente no vale la pena ¡Nunca lo hizo!

—No son formas me parece... —comentó Cielo.

—¡Lo único que no es forma es que se ponga así! Ya sos grande para estos caprichos hijo ¡Y yo te lo dije! Eso es por no escuchar a tu madre.

—¡Ay, mamá! ¿Te podes ir? Chau, andate.

Un silencio incómodo se formó, incluso para mi que se supone que dentro de estas cuatro paredes soy inmune a cualquier cosa que está afuera. Cerré mis ojos para poder volver a relajarme, pero es imposible cuando sé que hay cuatro personas atrás de mi pieza esperando impacientes a que de señales de vida. Además, el insistente sonido del celular de mi mamá, empezó a sonar.

—Solo me voy a ir porque está sonando mi teléfono, pero cuando vuelva ¡Quiero a mi hijo afuera!

Me causa gracia que amenace como si en algún momento le diéramos bola. No quiero sermones ni que me vieran con lástima, solo necesito estar solo y procesar como todo lo que construí en mi año se cayó a pedazos en dos segundos. No puedo dejar de pensar en todos los recuerdos que pasamos juntos, ninguno se me borra de la mente, aunque no estoy seguro que quiera hacerlo. Siento que me cambió el mundo para después destruirlo, me da un poco de bronca que tenga ese control sobre mi, pero me dio tanto, que es imposible no sentirlo de esa manera.

Soy consciente que no se van a mover de la puerta, es un alivio que mi pieza se conecte con el baño, esto me asegura que no puedan verme aunque quisieran. Me desnudé para bañarme, mirándome en el espejo del frente, estoy hecho un desastre. Mis labios y ojos están hincados al punto que parecen más chicos, la cara la tengo completamente roja, siendo la frutilla de postre que solo marca un cartel enorme en mi frente que dice "Sí, lloré".

Entre versos y otros prejuicios | Primer ParteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora